Cuando hoy Zapatero se pregunte, junto a sus 77 asesores, si anoche logró convencer a los españoles, que busque la respuesta en el rostro de Teodoro. Algo nervioso, este jubilado le preguntó por qué el Gobierno ha otorgado ayudas millonarias a los bancos en lugar de arropar a los más dramáticamente afectados por la crisis. Su respuesta trató de ser didáctica, tanto como pueda serlo en tan enrevesado asunto, pero Teodoro, entre inquieto y cabreado, se removía en su asiento sin entender palabra. No fue el único.

Queda claro que el presidente pergeñó su comparecencia en el ágora de TVE como un discurso a la nación en horario de máxima audiencia. A poco más de un mes de las elecciones vascas y gallegas, Zapatero quiso reconciliarse con esos votantes ante los que, hace menos de un año, negó una crisis que después los ha golpeado con saña. Para recuperar el favor ciudadano empleó la humildad en dosis homeopáticas --"pude equivocarme, pero no engañé"--, y una gran inyección de autoestima, una apelación a la "confianza" y al esfuerzo colectivo para salir de un bache económico que, fiel a su antropológico optimismo, prefirió describir como "paréntesis". Tal vez quisiera emular al Obama admonitorio de la entronización, pero abusó de la sacarina para endulzar ese amargo trago y acabó plagiando a Kennedy al animar a los españoles a preguntarse: "¿Qué puedo hacer por mi país para salir de la crisis cuanto antes?".

Cometió dos grandes errores: uno de fondo y otro formal. El primero, exhibir una cierta resignación --o impotencia-- ante la adversidad económica, como si de una gripe pasajera se tratara. El segundo, la distancia: un lenguaje más comprensible en los despachos del poder que en las colas del Inem; la nula empatía con sus interlocutores; la obstinación, en suma, por dirigirse a la audiencia televisiva, defraudando a los 100 ciudadanos que allí la representaban. Si hubiera mirado a los ojos de Teodoro, si hubiera amoldado sus prefabricadas respuestas a las inquietudes de quienes le interpelaban, Zapatero hubiera conquistado con holgura su meta, que no era otra que recuperar el crédito perdido.