En Madrid hay de todo. No es un reclamo turístico. Ni siquiera una muestra de orgullo nacionalista. Es que es una ciudad muy grande. En Madrid hay nacionalistas españoles y no nacionalistas españoles. Y en ese hay de todo es obligatorio acordarse de taxistas y políticos.

Camino de la sede del PP, el conductor de alquiler pone el CD de un solista ruso de los años 30. Algo insólito, no sólo por el solista eslavo, sino por quien lo oye, que además no quiere hablar de fútbol. Es obligado apuntar el número de la licencia para denunciarle, pues eso está muy por encima de lo que uno pide a un taxista.

Al hablar con los organizadores de mensajes del PP, sucede casi lo mismo: suelen superar las previsiones más optimistas. Pedro Arriola, clave en la manufactura de los mensajes, ha dado una sencilla instrucción: contarle al respetable que el PSOE no garantiza la unidad de España y pone en peligro la economía. El asunto funciona: quienes tienen contratos de 10 días no quieren que el PSOE se los deje en precario. Y está claro que donde el PP gobierna no hay riesgo de secesión.

Pero uno va en un taxi a un mitin y se encuentra a Trillo diciendo que España no sólo no se va a romper sino que se va a ampliar; a Valcárcel, que se va a beber toda el agua que Maragall no aprovecha, y a Valdecasas, que los de ERC son asesinos. El mensaje se redondea siempre: cuando alguien reproduce sus palabras, es que las manipula. O sea, que si la prensa se calla dice la verdad. Están por encima de lo pedido, se salen.

Más educación

Los socialistas parecen más educados por ahora. Porque estudian cómo contar lo de la reforma fiscal, que obliga a esgrimir cifras. También hacen sus argumentarios. Sobre todo para los de letras, como la número dos por Madrid, Mercedes Cabrera, que, para Javier Tusell, está a años luz de Esperanza Aguirre y a siglos luz de Pilar del Castillo.

A Cabrera, que es historiadora, le preguntan en sus conferencias por la reforma fiscal y boquea como un pez. Porque ella con calcular el pago anual a Hacienda tiene bastante. Ayer, en pleno ejercicio de aprendizaje de lo del tipo único, afinó un argumento que puede darle juego a cualquiera en su lugar:

--El tipo único es Zapatero.

--¿Y Rajoy?, --le preguntó su sparring, algo mosca.

--El reducido.

Es lo que mejor expresa el tono de campaña que los líderes desean. Rajoy no sabe cómo hacer callar a sus taxistas, que no le obedecen a él sino a Aznar. Rajoy quiere aparecer reducido. Zapatero quiere aparecer como el hombre que necesitamos.

Acabada la preprecampaña , los argumentarios ya están engrasados. El PP no desea que se hable de Irak. Y si alguien se empeña, pues que no lo saquen en casi ninguna tele. El PSOE no quiere que se hable de Carod, sino de Maragall. Pero las teles se empeñan en hacerlo. Son los antiargumentarios .