Alfredo Pérez Rubalcaba cogió ayer el timón de la nave socialista y la dirigió a babor, hacia el lugar donde se encuentra el tesoro perdido que le puede llevar a la Moncloa: la izquierda. Un día después de su salida del Ejecutivo, en un discurso de proclamación que sentó las bases de su futuro programa, el candidato comenzó a marcar --en el fondo y en la forma-- un perfil propio, distinto al de quien era hasta ahora su jefe en el Gobierno, el presidente José Luis Rodríguez Zapatero, algo indispensable si quiere volver a conquistar al electorado tradicional socialista que se quedó en casa el 22 de mayo, abocando al PSOE a los peores resultados de toda su historia, porque no entendió ni compartió las medidas contra la crisis.

Hubo partes de intervención de Pérez Rubalcaba en las que defendió la acción del Gobierno --como el tijeretazo del año pasado y la reforma laboral, aunque curiosamente no se detuvo en los avances sociales--, pero los aplausos que cosechó en esos momentos, ante un auditorio de más de 1.000 personas con las manos siempre listas, fueron tímidos en comparación con el entusiasmo que despertaron sus propuestas de izquierda.

Toda una señal de lo que le pide buena parte del partido. Las medidas para la banca, las subidas de impuestos y la reforma del sistema electoral en la línea de lo que reclama el 15-M fueron recibidas con pasión por los militantes socialistas. Incluso cuando estas iniciativas iban en contra de lo que ha venido pregonando el PSOE.

VOTOS Y MERCADOS "Hay quien duda de que los votos sean más importantes que los mercados. Hay quien dice que la política ha fracasado. Pero si los mercados campan es porque la política les ha dejado campar.

La política tiene que romper el axioma de que los beneficios son solo para una minoría", señaló Rubalcaba en el Palacio de Congresos de Madrid. El político reivindicó la política, y a todos los que consideran que no existen las divisiones ideológicas, les dijo que no era lo mismo Olof Palme que Jean-Marie Le Pen, Felipe González que George W. Bush. Fue aquí donde expuso sus propuestas de mayor calado.

Básicamente, tres. Que los bancos "den parte de sus beneficios para crear empleo", una medida que no concretó y que se expondrá con mayor extensión en la conferencia política de comienzos de octubre. Que el impuesto de patrimonio, anulado por Zapatero, vuelva a estar en vigor, pero solo para las grandes fortunas, porque "quizá sea el momento de rectificar algunas de las cosas que hemos hecho". Y por último, que el sistema electoral gane en proporcionalidad y en cercanía.

MODELO ALEMAN Cuando el 15-M se encontraba en su punto álgido, justo antes de las municipales y autonómicas, podía verse cada día, en la puerta del Sol y en otras plazas emblemáticas de muchas ciudades de España, a jóvenes que reclamaban casi lo mismo que ayer pidió Rubalcaba. Esto: "No es posible que planteemos grandes reformas en los mercados y no en la política. No es razonable que la relación entre los ciudadanos y los políticos se establezca una vez cada cuatro años. Hay que escuchar lo que nos están diciendo. Ha llegado el momento de replantearse el sistema electoral. A mí el modelo que más me gusta es el alemán, con circunscripciones pequeñas que favorecen la relación entre los ciudadanos y los candidatos, junto con un resto de votos nacional que favorece la proporcionalidad". Fue una novedad. Entre otras cosas, porque el PSOE, hace unos meses, votó con el PP en contra de cambiar el sistema electoral vigente en España.

Es una desventaja con la que cuenta el candidato. Al haber estado tanto tiempo en el Gobierno de Zapatero, y de número dos en los últimos meses, cada iniciativa que defienda, y aún más cuando esta vaya en sentido contrario de lo que ha defendido hasta ahora el PSOE y el Ejecutivo, será contestada con un "¿y por qué no lo propuso antes?".

Pero los cambios no se ciñeron al fondo. También a la forma. Frente a otros políticos que llegan con el discurso impreso y se limitan a transmitirlo --como el propio Zapatero cuando interviene ante la cúpula de su partido--, Rubalcaba no lee. Habla. No hay discurso como tal porque él se coloca tras el atril con unas cuantas hojas con ideas y las va desgranando, de forma pausada y pedagógica. Y no cae en el rifirrafe con el PP, aunque esta táctica cambiará cuando se entre de verdad en una campaña a la que quizá le falten muy pocos meses: cada vez son más los socialistas que consideran que las generales serán en noviembre, y que la retirada gubernamental de Rubalcaba no hace más que dar alas a este adelanto.

El candidato solo se detuvo tres veces en sus rivales. Para decir que no eran "enemigos", sino "adversarios", porque los "enemigos" del PSOE son "el miedo, la desigualdad y la injusticia"; para criticar un boom inmobiliario que ya no volverá y que ha dejado a España con una tasa de paro superior a la de sus vecinos; y para cargar contra el copago en la Sanidad, con el que los conservadores coquetean desde hace tiempo.

"Sé que ganar es posible con una mezcla de ambición y realismo --concluyó Rubalcaba--. En esta campaña nada está escrito ni decidido de antemano".