Quim Torra anunció ayer a los catalanes que volverán a votar en los próximos meses cuando aún quedan carteles de la última campaña electoral en las calles de Barcelona. El presidente de la Generalitat decidió no negar la evidencia y certificó el divorcio entre JxCat y ERC, dos espacios políticos enfrentados por la hegemonía independentista pero que llevan más de un lustro entendiéndose en la Generalitat. Dos circunstancias condicionan la convocatoria: la primera, que no se concretará antes de que el Parlament apruebe los presupuestos. Y la segunda que, en consecuencia, los comicios aún no tienen fecha concreta, lo que proporciona a los partidos un largo periodo para prepararse.

Torra no se anduvo con rodeos. En una declaración institucional convocada en la madrugada del lunes, tras evacuar consultas con un reducido núcleo de colaboradores y con su mentor, Carles Puigdemont, subrayó las irreconciliables diferencias que JxCat mantiene con ERC. «Esta legislatura ya no tiene más recorrido político», dijo, y «llega a su final» porque las diferencias estratégicas entre los socios han comportado «el deterioro de la confianza mutua».

REPROCHES A ERC / La frágil salud del pacto no ha resistido el último choque, que se produjo el lunes. La decisión de Roger Torrent de asumir que Torra dejaba de ser diputado -aunque no jefe del Govern- por decisión de la Junta Electoral y el Tribunal Supremo terminó con la relación y llenó el discurso del president de reproches hacia Esquerra. El día de tregua que proporcionó la visita de los políticos presos al Parlament, el martes, fue un espejismo: de Torra hacia abajo, todos los posconvergentes acusaron ayer a sus socios de «deslealtad», y es seguro que intentarán que esa percepción cale entre la parte independentista de la población de cara a la inminente campaña.

Pero Esquerra acogió las críticas sin aspavientos y se se jactó de que Torra asume sus tesis: «Es obvio que Torra asume lo que hace mucho tiempo que defendemos: que los presupuestos son necesarios y que la mesa de diálogo es una oportunidad para construir una solución al conflicto».

Torra no pone fecha a las elecciones para aprovechar la principal prebenda que le otorga el cargo de presidente catalán. Despojado del acta de diputado en el Parlament, y menospreciado por gran parte del soberanismo -dentro y fuera de su partido-, el jefe del Govern podrá decidir ahora, siempre en sintonía con Puigdemont, cuándo le conviene más llamar a las urnas.

Hay múltiples circunstancias que pueden condicionar la fecha final. Y no atañen solo a la situación de confusión interna en JxCat, o a la búsqueda de mensajes electorales potentes. La necesidad que tiene el Gobierno del apoyo de Esquerra para aprobar los Presupuestos Generales del Estado o la situación de Puigdemont en el Europarlamento -con la reactivación de la orden de extradición pendiente de la decisión de la Cámara-, también son factores a tener en cuenta .

A pesar de todo, y aunque ayer desde Presidencia insistían en que las elecciones se celebrarán «no necesariamente» antes del verano -sería como pronto a mitad de mayo-, en ningún partido concebían ayer que la legislatura pueda alargarse más.

Sobre todo porque la alianza entre JxCat y ERC, que el pegamento del poder y las condenas judiciales han mantenido unida hasta ahora, se ha resquebrajado. Oriol Junqueras, que gobierna desde la cárcel con mano de hierro el espacio republicano, defiende ahora sin complejos el diálogo con el Gobierno, incluso a costa de dejar al president sin escaño. Puigdemont, que le marca el paso a Torra, no puede renunciar a la estrategia de la agitación continua si quiere ser tenido en cuenta a todos los efectos.

El control del tiempo, ese elemento crucial en política, está en manos de Torra. El president contará además con varios escaparates en los próximos meses, y curiosamente todos -desde la reunión con Pedro Sánchez de la semana que viene hasta la aprobación de los primeros presupuestos de la Generalitat desde el 2017- se los ha proporcionado sus hasta ahora socios.

Cataluña entra ahora en fase de encuestas. Esquerra lleva meses encabezando los sondeos, pero la experiencia obliga a no desdeñar a JxCat. Y menos con el expresident como posible candidato simbólico. Puigdemont ya ganó, desde Bélgica y contra pronóstico, las elecciones del 2017, y también las europeas del año pasado, en las que se enfrentaba directamente al líder de ERC. Su tirón es ahora mismo el principal activo posconvergente.

ALIANZAS POSELECTORALES / También se empezará a hablar de posibles alianzas poselectorales. Los socialistas, que aspiran a recuperar parte del voto perdido en los últimos años, aseguran que no harán presidente a un independentista, contra el previsible argumento de JxCat de que se prepara otro tripartito entre ERC, PSC y comuns. En la derecha, la irrupción de Vox en el Congreso y las malas expectativas de Ciutadans empujan a los naranjas a, por lo menos, estudiar una alianza de conveniencia con el PP.

Se abre un nuevo tiempo en la política catalana, que también condicionará el escenario español. En los próximos meses, las urnas darán a los partidos las cartas con las que deberán jugar.