El primer aniversario del 17-A se zafó, sí, de la sombra del proceso secesionista que empapa todo lo que rodea a una barbarie que se cometió 40 días antes del mayor desafío constitucional vivido desde 1978. Hubo tregua y se hizo lo imposible, unos más que otros, por poner en el primer plano a las víctimas de los atentados, los mismos que durante estos 365 se han sentido abandonados a su suerte. Pero fue una tregua que se mostró siempre frágil y por la que se temió varias veces a lo largo del día.

El Gobierno catalán, tras el amago de boicot que lanzó hace unas semanas, cuando se supo que Felipe VI acudiría al acto central de homenaje, guardó las formas y la compostura. La declaración institucional fue casi impoluta, el protocolo con la Casa Real, recíprocamente de guante blanco. Ni un mal gesto cuando el president Quim Torra presentó al Rey a Laura Masvidal, esposa de Joaquim Forn, consejero de Interior y uno de los artífices de la pronta desarticulación de la célula yihadista (con el mayor de los Mossos entonces, Josep Lluís Trapero) y hoy encarcelado por el 1-O.

Pero no todo contribuyó a la distensión. Carles Puigdemont, en una entrevista en Catalunya Ràdio, volvió a situar las secuelas de la tragedia en la arena política. Aseveró que es «indecente» con las víctimas que, un año después de los atentados del 17-A, los partidos políticos hayan impedido la constitución de una comisión de investigación en el Congreso para dilucidar los vínculos entre el CNI y el imán de Ripoll.

EL ACTO CENTRAL / El acto institucional de la plaza de Catalunya se celebró con la emoción y el respeto esperable. Tan solo los gritos de un reducido grupo, que lanzaron vivas al rey y a España, rompieron en alguna ocasión el clima, lo que forzó a la mayoría a chistarles. Sin éxito.

La plaza no estaba abarrotada. Presentó un buen aspecto, pero la multitud se situó de manera esponjada, lejos de las estrechesces del minuto de silencio celebrado el 18 de agosto del año pasado, el día después de la matanza.

DOMINIO ROJIGUALDO / El independentismo mayoritario brilló por su ausencia. Como se especuló, las organizaciones secesionistas optaron por hacer un Tortosa, es decir, ningunear la presencia del monarca. Tan solo la gran pancarta que, desde un edificio de la plaza, rezaba que el Rey «no era bienvenido en los países catalanes» recordó la polémica de las últimas semanas y el amago de boicot a la presencia de Felipe VI. En el centro de la plaza, y en los aledaños, se vieron profusión de banderas y símbolos rojigualdos. En las redes sociales se constataron denuncias de requisos de ‘estelades’.

Las pancartas fueron el motivo elegido por el nuevo PP de Pablo Casado para llevar el debate a dónde, en otras ocasiones, les ha reportado votos. Los populares culparon a Pedro Sánchez de la «humillación» vivida. El hilo argumentativo es alambicado: estos «actos» son obra de Torra, que es independentista. Y Sänchez se aupó a la Moncloa con el voto de los partidos independentistas. Ergo…

No muy lejos de la plaza, en el inicio de la Rambla, el paso de la marcha en silencio de los Comité de Defensa de la República enervó los ánimos de los decenas de monárquicos congregados en ese punto para apoyar al Rey. Los republicanos portaban pancartas antimilitaristas y banderas que los constitucionalistas, según ACN, trataron de arrebatar por la fuerza. Ello originó empujones y carreras e insultos cruzados de «nazis» y terroristas» hasta que los Mossos separaron a ambos colectivos. La tensión continuó todo el acto.

El campo de juego elegido por los independentistas en este 17-A fue los aledaños del Centro Penitenciario Lledoners, donde se halla parte del Govern al frente el día de los atentados. Entre ellos, Forn. Con Torra al frente, el secesionismo reivindicó la figura del exconseller que estuvo tres meses al cargo y lleva nueve en prisión y también la de Trapero, envuelto en el proceso judicial y que pidió hace unos días que se le mantuviera alejado de todo protagonismo en los actos de homenaje a las víctimas del 17-A.