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Baltasar Garzón quiso cerrar su etapa en la Audiencia Nacional con normalidad. Llegó a su despacho a primera hora de la mañana, como cada día desde hace 23 años, y tramitó sus últimas resoluciones judiciales antes de tomar declaración al empresario Josep Singla, una de los imputados de el caso Pretoria , al que citó para repetir la declaración que realizó en su día porque la grabación se había borrado.

La expectación se vivía fuera de esta oficina. Los jueces y fiscales de esta sede judicial, que han compartido muchas horas de trabajo con Garzón, preguntaban a los periodistas a cada rato si ya se sabía algo. Todos eran conscientes de que la suerte estaba echada y que Garzón se iba. Por ello, sus amigos y sus funcionarios organizaron un acto de despedida a las puertas de la Audiencia Nacional.

A las 13.18 de la tarde, Garzón interrogaba a Singla cuando sonó el teléfono de su despacho. El magistrado pidió al empresario y al letrado que salieran un momento. Y recibió la noticia que ha sido tan largamente anunciada: El Consejo General del Poder Judicial le acababa de suspender en el ejercicio de sus funciones y la orden era de ejecución inmediata. A los pocos minutos regresaron al despacho Singla y su abogado que creyeron que el juez acababa de recibir buenas noticias, pero el magistrado dio por concluida la declaración.

Desde ese momento, empezaron a desfilar los compañeros del juez. Los magistrados Fernando Grande Marlaska e Ismael Moreno fueron los primeros en acercarse. Sus amigos Santiago Pedraz y Ferando Andreu ya habían compartido confidencias con su colega a primera hora de la mañana. También quiso estar junto al juez su mujer, Rosario Molina, y los magistrados Ricardo de Prada, Clara Bayarri, Manuela Fernández, y los fiscales Daniel Campos y Pedro Martinez.

Unos minutos antes de las dos de la tarde, los funcionarios del juzgado abandonaron sus mesas y bajaron a las puertas de la Audiencia Nacional para esperar a su jefe. Garzón salió y se despedió de los periodistas con un simple adiós. Al llegar a la puerta principal de esta sede judicial la treintena de personas que ocupaban la escalinata rompieron a aplaudir y Garzón quiso entrar en su coche oficial con su mujer. Sin embargo, salió para recibir sentidos abrazos de los funcionarios q ue han trabajado para él durante estos últimos años. Sus subordinados no podían contener las lágrimas.

Garzón aguantó el tirón como pudo y evitó derrumbarse ante las cámaras, aunque dejó traslucir su emoción en el abrazo que compartió con sus amigos Pedraz y Andreu, los jueces con los que ha pasado más tiempo desde que comenzó su peculiar calvario cuando el Tribunal Supremo decidió admitir a trámite hace un año la querella presentada por Manos Limpias por haber investigado los crímenes de la dictadura y de la guerra civil.

Los gritos

En una esquina de la calle Génova, un grupo de víctimas del franquismo con unas caretas con el rostro de Garzón gritaba a voz en pecho: "Garzón, amigo, el pueblo está contigo". Y "envidiosos miserables". Entre estas personas estaba la veterana abogada Cristina Almeida a la que Garzón abrazó antes de que el coche oficial se marchara por la calle Génova.