Uno de los riesgos de la transversalidad, asumen en Podemos, es tener que contar con diferentes acentos el mismo mensaje y encajarlo, además, con el progresivo pragmatismo que, admiten, necesita el partido ahora que se acerca a una posición de Gobierno. Fiel reflejo de la dificultad por modular discursos es la controversia que, sin ser realmente novedosa, ha despertado la reflexión de Pablo Iglesias durante el debate electoral acerca del referéndumen Catalunya. El candidato de Unidos Podemos repitió lo mismo que ha venido diciendo desde que emprendió las negociaciones de gobernabilidad con el PSOE en la fugaz y estéril legislatura pasada. Que no es línea roja, que opina que es la mejor propuesta, pero que si hay otra mejor, está dispuesto a escucharla, porque a una negociación es absurdo acudir con posiciones iniciales monolíticas.

El origen de la polémica es que, por más correcto que resulte el razonamiento, esta afirmación suena sustancialmente distinta de aquellos mensajes que lanzó Iglesias en la campaña del 20-D, cuando reivindicaba una consulta vinculante como tema "irrenunciable". En el coloquio de Primera Plana que organiza EL PERIÓDICO, el líder morado defendió que sería una condición “sine qua non” para apoyar una eventual investidura de Pedro Sánchez. El día después de las elecciones, en su rueda de prensa de balance, volvió a plantar que es “imprescindible” y se enorgulleció de representar a la única fuerza política estatal que defiende “sin matices que tiene que haber un referéndum”.

A medida que se fue adentrando en el terreno pantanoso de las negociaciones Iglesias mantuvo la defensa del derecho a decidir, pero dejó de plantearlo en términos tan maximalistas. Recordó que su propuesta está inspirada en la que defendió el PSC con Pere Navarro, y retó al PSOE a presentar una propuesta más atractiva. En el documento de cesiones presentado a socialistas y Ciudadanos, estaba expresado de forma tan ambigua que dejaba espacio libre a la interpretación. Y para la negociación. Un diálogo que Iglesias sabe que deberá retomar con Sánchez tras el 26-J, a pesar que el candidato socialista se encargó de reprochar en su intervención en el Cercle de Economía que el acuerdo no había sido posible justamente por el referéndum.

En estos vaivenes ha comenzado a hurgar ERC, tratando de erosionar la credibilidad de En Comú Podem, coalición que según todas las encuestas volverá a ser primera en Catalunya el 26-J, con un tema clave. Su cabeza de lista niega que haya cambio de posiciones. "El referéndum no es una propuesta táctica, sino estratégica. No es un debate de si son líneas rojas o no", defiende Xavier Domènech, quien lanza, además, un compromiso taxativo: "Si gobernamos se hará el referéndum", informa Roger Pascual.

LAS BASES QUIEREN MÁS LEYENDA

Para conseguirlo, saben, necesitan el voto transversal, que simpatiza con el cambio pero aún no está persuadido. Para llegar a este electorado, Unidos Podemos ha planteado una campaña moderada, tan serena, que no está entusiasmando a todos sus militantes, desconcertados al ver a un Iglesias con un perfil desconocido.

El voto duro no comprendió que durante el debate electoral no respondiese con respuestas más enérgicas a las acusaciones de Albert Rivera y Pedro Sánchez. El director de campaña, Íñigo Errejón, trató de calmar los ánimos y explicar en un vídeo que colgó en Twitter que la estrategia pasa por no "enredarse en la maraña" de "infamias y mentiras".

“Iglesias lo hizo bien. Estamos haciendo la campaña para los que todavía faltan”, dijo, y en su tono didáctico avanzó que esa va a seguir siendo la directriz hasta el 26-J. Por primera vez, los morados arrancan una competición electoral en los primeros puestos de salida y eso les obliga a un esfuerzo infinito de contención. Menos aires de leyenda porque los propios ya están hipermovilizados. Saben que a esos que "faltan" no les persuaden con citas a Marx puño en alto.