Mariano Rajoy y María San Gil se subieron al mismo coche. Ayer por la tarde, para desplazarse desde el aeropuerto de Vitoria hasta la subdelegación del Gobierno, donde estaba instalada la capilla ardiente con los restos mortales de la última víctima de ETA. El trayecto, aunque corto, debió parecerles muy largo. Y es que entre ellos no había buenas caras, según evidencian las fotografías e imágenes. Ni confianza, según admitió la propia San Gil por la mañana. Tras el tenso viaje, un momento mucho más amargo. El pésame a la familia de Piñuel y una visita a los hospitales donde están los heridos.

Cuando parecía que la jornada en Euskadi terminaba para Rajoy, una sorpresa de última hora: reunión con la cúpula popular vasca. San Gil a la cabeza. Se volvieron a lanzar reproches y no llegaron a ninguna conclusión. Pero volverán a verse.