Todo está maltrecho, inverosímilmente desquiciado tras años de gran bonanza política y económica. Pero en el 2004 alguien se equivocó en el voto. Mala cosa es elegir por reacción, tras un atentado que hirió al PP en la carne de centenares de víctimas. Zapatero confundió las cosas y leyó erróneamente sus consecuencias: al PSOE se le votó por deriva errática de un electorado que andaba resabiado con Aznar en su segundo mandato, tan infausto. Hoy, el escenario es otro, pero asimismo herido por la crisis brutal que ha determinado una respuesta en contra del causante de su pésima gestión. Esta es la cuestión: un voto cedido a partir del olvido de 1.500.000 votantes del PSOE en la abstención, y de los 500.000 transferidos al PP a cambio de la esperanza o del beneficio de la duda. Voto pendular, que no basta en unas elecciones a ocho meses vista, cuando las circunstancias empeorarán y el desaliento crecerá entre la ciudadanía aturdida por los hachazos de la desesperación.

No es el mejor escenario posible para un encargo de gobierno. Al Partido Popular le faltarían 13 escaños para garantizarse una confortable mayoría. Rajoy debe minimizar el riesgo con una mayoría absoluta. Es la exigencia de los tiempos y de la urgencia desesperada de una economía en el fondo del barranco a causa de la enorme incompetencia del más desastroso gobernante desde la Segunda República. Zapatero mintió sobre la crisis, erró sobre las medidas a adoptar, agravó las coyunturas y ha dejado el país con un lastre de casi cinco millones de parados y una carnicería de más de 300.000 empresas desaparecidas en cuatro años.

Ya no valen los silencios, ni mirar a otra parte; solo garantizar la credibilidad de un programa para superar la crisis. Solo así el voto prestado y pendular será voto estructurado, y el PP triunfador se armará de moral para exigir un anticipo electoral. Retrasar la agonía es morir a plazo fijo: Zapatero jubilado y Rajoy con su alternativa sin afeites ni silencios.