El jefe del Ejecutivo, José Luis Rodríguez Zapatero, acudió ayer al Congreso a petición propia para explicar los últimos cambios acometidos en su Gabinete. La realidad es que habló muy poco de crisis de Gobierno y mucho de crisis económica o, mejor dicho, de acelerar una nueva fase de recuperación que, según sus datos, está prácticamente a la vuelta de la esquina. Abrumó a la oposición con cifras para intentar convencer a sus señorías de que el plan gubernamental empieza a dar frutos.

Intentó seducir y ganar amigos. O aliados parlamentarios. Pero no consiguió su objetivo. Todo lo contrario: Zapatero hizo enfadar a los distintos portavoces --con la excepción del PSOE, obviamente-- por hacer hincapié en los datos y no anunciar reformas. El habló de aceleración de ritmos, pero el resto le exigió un inminente cambio de rumbo de su política. El acercamiento se antoja difícil entre un presidente que se empeña en transmitir optimismo y una oposición que ya no cree en él.

El común denominador de los epítetos que recibieron las nuevas promesas de Zapatero sobre el empleo y los cambios ministeriales es el de desconfianza, seguido de falta de credibilidad --por negar la crisis cuando ya se avecinaba--, huida hacia delante e improvisación.

RAPSODA El presidente del PP, Mariano Rajoy, fiel a la estrategia popular de no dar tregua en materia económica, personalizó los problemas en la figura del presidente del Gobierno, de quien dijo que se ha convertido en "el máximo responsable" de la "grave crisis de confianza" que existe en España. En su réplica, el presidente optó por la descalificación al líder de la oposición, al que negó autoridad moral para criticar los cambios ministeriales y le exigió que "se juzgue a sí mismo". El presidente del Gobierno incluso se puso poético y, al recordar los diversos ministerios que ocupó Rajoy afirmó que, tras esa trayectoria, el entonces ministro "fuese y no hubo nada", parafraseando unos versos de Cervantes.

Respecto a la voluntad del jefe del Ejecutivo de cultivar alianzas parlamentarias ante la falta de apoyos estables en el Congreso, especialmente en el ámbito de la izquierda, tanto IU-ICV como Esquerra Republicana o fuerzas como el BNG desconfiaron de la oferta de Zapatero, y reclamaron medidas efectivas que demuestren un giro a la izquierda en los planes anticrisis.

Tampoco en relación a la financiación autonómica Zapatero logró convencer. El presidente del Gobierno se permitió el lujo de presumir, ante los grupos catalanes, de que un acuerdo sobre financiación, la transferencia de las Cercanías de Renfe y empezar a hablar "en serio" de la gestión de los aeropuertos en el primer año de esta legislatura sería "un muy buen balance". Eso partiendo de una nueva promesa del líder socialista en sede parlamentaria, consistente en asegurar que "en pocas semanas" se llegará a un acuerdo respecto a las dos primeras materias.

Es más, Rodríguez Zapatero se permitió ironizar respecto a lo que definió como la "ansiedad" de los que habrían querido un pacto cerrado en el primer mes de la legislatura. El diputado de IU-ICV Joan Herrera advirtió al presidente de que "no es un problema de ansiedad, sino de cumplimientos estatutarios".

EL TONTORRON Y EL SOBRADO Mucho más duro fue el intercambio de ataques ácidos entre Zapatero y el portavoz del PNV, Josu Erkoreka. El presidente calificó la crítica del PNV al nuevo Gobierno de "facilona, superficial y tontorrona" y mostró su decepción por el tono de Erkoreka, a lo que este replicó que "la decepción es mutua" y definió al jefe del Ejecutivo como cesarista y faltón. Por si quedaba alguna duda, Zapatero tampoco podrá contar con el PNV como aliado en las Cortes.