Las esperanzas de paz desataron ayer, paradójicamente pero no por sorpresa, una guerra sin cuartel entre José Luis Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy. Jamás en la historia del Parlamento español un presidente del Gobierno y un jefe de la oposición habían porfiado con tanta virulencia sobre la lucha antiterrorista, teórica cuestión de Estado que debería unir a los líderes políticos en vez de enfrentarlos. Zapatero se comprometió a pactar con todos los grupos, "si se diera el caso", los "pasos a dar" para lograr el fin de ETA. Una oferta de consenso en pos de la paz que sólo Rajoy rechazó.

En la primera jornada del debate sobre el estado de la nación, el cara a cara entre Zapatero y Rajoy registró un nivel de crispación inédito desde los años 90, cuando el aspirante José María Aznar golpeaba con saña a un debilitado Felipe González en la herida abierta por la corrupción. Pero, a diferencia de su mentor, con su agresividad de ayer Rajoy no buscaba tanto doblegar al adversario como aplacar a los correligionarios más exaltados, los sectores del PP que le instan a ejercer una oposición sin tregua para deslegitimar al Gobierno socialista y volver al poder.

VIOLENCIA Y POLITICA En su primera y dilatada intervención, más exhaustiva aunque igual de autocomplaciente que las de sus predecesores en el cargo, Zapatero puso sobre la mesa los asuntos que, como era de prever, iban a polarizar el debate parlamentario: el conflicto vasco y las reformas territoriales.

Convencido de que "los terroristas también conocen, hoy más que nunca, la inutilidad de la violencia", Zapatero admitió que la historia de ETA aconseja tener prudencia, pero también ratificó su compromiso de trabajar "sin descanso" por la paz.

Sin enseñar sus cartas, ni mucho menos confirmar la existencia de un diálogo con ETA que hasta ahora siempre ha negado, el presidente dejó entrever que el Ejecutivo compaginará la represión policial de los terroristas con algunas gestiones discretas que no llegó a especificar. Aunque algo críptica, su aseveración dejó poco margen para las dudas: "El fin de la violencia no tiene un precio político, pero la política puede contribuir al fin de la violencia".

Junto a este guiño, Zapatero adquirió el compromiso de acudir al Congreso en cuanto se inicie formalmente el proceso de paz --cuando ETA anuncie que deja las armas-- y buscar "el aval de todos los grupos políticos" para "poner fin al terrorismo". Una oferta muy bien acogida por los portavoces de CiU, ERC, el PNV, IU-ICV y de otros grupos, que desde la tribuna o en los pasillos del Congreso aprovecharon para pedir a socialistas y populares la revisión del pacto antiterrorista que firmaron en el 2000.

UNA DEFUNCION PREMATURA Y es que, con la promesa de recabar el aval del Congreso para hablar con ETA, el presidente evidenció que el pacto PSOE-PP ha quedado ya superado, si no definitivamente enterrado, ante la sola expectativa de afrontar un proceso de paz. Tanto más cuando éste empiece de verdad.

Pero no fue Zapatero, sino Rajoy, quien con su belicosa réplica levantó el acta de defunción del pacto anti-ETA, si bien se la achacó al jefe del Ejecutivo. El líder del PP le acusó de meter el acuerdo "en el congelador"; de "legalizar a Batasuna" al permitir que el Partido Comunista de las Tierras Vascas (EHAK) se siente en el Parlamento vasco; de querer "indultar a los asesinos, amordazar a las víctimas" y "pagar un precio" por la paz; y de "revigorizar a una ETA moribunda". Pero, por encima de todo, Rajoy culpó a Zapatero de "traicionar a los muertos" a manos de la banda terrorista. Tras esta imputación, respondió a la oferta de consenso de Zapatero describiéndola como una maniobra destinada a "cubrir las espaldas" al Gobierno y "bendecir su traición al pacto" antiterrorista. "Lo siento mucho, pero no puedo acompañarle", le espetó.

Cuando Zapatero le exigió que retirara tan grave acusación, Rajoy se negó a hacerlo, de modo que el presidente acabó anunciando que, pese a la oposición del PP, el Ejecutivo "no se va a detener" si aprecia una oportunidad para acabar con ETA "sin pagar un precio político".

LAS DESCALIFICACIONES La tensión subió tantos grados que Rajoy acabó achacando la victoria electoral de Zapatero al 11-M, soniquete que había abandonado hacía meses. Después de que Rajoy le tachara de "radical", "sectario" e "incompetente", amén de acusarle de poner "España en almoneda" en pago a sus "socios" Maragall y Carod-Rovira, Zapatero ironizó sobre la moderación del líder del PP: "Si esto es finura, me pregunto qué hará cuando use las vísceras".

Frente a las "profecías" catastrofistas de Rajoy, Zapatero exhibió su confianza en la buena marcha de la economía, vaticinó una paulatina reducción del paro, quitó hierro a las diferencias entre España y EEUU y anunció las reformas sociales y estructurales del próximo año. La corrección del déficit sanitario, avanzó, figurará en el presupuesto del 2006, y aseguró que ese año se pactará una reforma de la financiación autonómica.

En un último intento de forjar consensos, el presidente ofreció al líder del PP desbloquear el diálogo con el PSOE sobre las reformas territoriales. No hubo respuesta.