Dicen los feriantes que a partir del puente del Pilar (el 12 de octubre) se acaba para ellos la temporada. Durante los meses de invierno llega un parón de la actividad durante el que viven de las ganancias de esa campaña y muchos incluso solicitan el cese de actividad para reducir los gastos en ese periodo hasta que a mediados de mes de marzo, con la llegada de la primavera, vuelven a la calle para los primeros eventos de la agenda. La familia de María Olmo arranca cada año con la feria ganadera de La Coronada, una tradición que heredó de sus padres y que mantienen ahora sus hijos, la tercera generación de feriantes de la saga. Tienen dos negocios, la hamburguesería Bea y la caseta El Bigote, un local de pinchos. Su hija se hace cargo de la hamburguesería, ente los dos hijos gestionan la caseta y ella les echa una mano en todo lo necesario. Toda la familia vive se dedica a las ferias. «Hay cuatro familias que dependen de este negocio y llevamos casi 19 meses sin trabajar. Teníamos nuestros ahorros, como todo el mundo, pero se han ido yendo y ahora la situación que tenemos es muy agobiante», reconoce.

El día que se decretó el estado de alarma sus hijos tenían todo montado para arrancar la campaña en La Coronada y su hija se disponía a empezar en La Haba. Quince días antes había desembolsado 40.000 euros en un remolque nuevo y quería rentabilizar cuanto antes la inversión. Pero la pandemia lo detuvo todo en seco y ahora el remolque sin estrenar está con el resto de vehículos en una nave alquilada que van pagando cuando y cómo pueden. «El dueño nos ayudó durante el confinamiento, pero él tiene eso como negocio y es comprensible», dice Olmo. Durante el último año sus hijos han ido trabajando en lo que salía, ya fuera el campo o la hostelería y han recibido también ayuda de Cruz Roja con los alimentos. «Pero no se trata solo de llenar la nevera, tenemos hipotecas como todo el mundo, seguros, suministros... necesitamos trabajar», reconoce la empresaria.

Salvavidas en el camión

Javier Naranjo no se lo pensó cuando vio que el confinamiento amenazaba con tirar por tierra toda la campaña del 2020: «tengo dos hijos y una hipoteca como todo el mundo, así que cuando vi que esto iba para largo, me subí al camión. Y aquí seguiré hasta que podamos volver con nuestro negocio», dice este feriante de Badajoz que monta las pistas de coches de choques Naranjo (muy conocidas en toda la región) y que levanta también las norias más grandes de España. Tiene esperanzas en este verano si los ayuntamientos deciden apostar buscar la forma de hacer ferias «seguras» y les den un respiro, aunque teme por otro lado ese momento en el que haya que volver a contratar seguros, revisar vehículos y prepararse para arrancar.

«Solo en los impuestos de circulación son 3.000 euros. Necesito al menos tener 6.000 para empezar, pero como camionero me da para ir viviendo, nada más», reconoce. Por eso en más de una ocasión se ha planteado en el último año que si le surgía la posibilidad, estaría dispuesto a cambiar de vida: «el problema es que nadie va a comprar esto ahora. Las ferias están paradas en todo el mundo. Mi negocio no vale nada ahora mismo», lamenta.

En Extremadura hay alrededor de 1.500 familias que se dedican a los distintos negocios que se montan en las ferias, desde las atracciones a la hostelería o las casetas de juegos. Suelen ser un núcleo cerrado en el que todos se conocen y también se ayudan entre sí ante averías o accidentes. «El problema es que ahora estamos todos igual de mal», dice Rosa Morgado, portavoz de los feriantes de la provincia de Badajoz. «Ningún empresario puede aguantar 18 meses sin trabajar y afrontando préstamos, hipotecas y alquileres. Detrás de las luces de la feria hay muchas familias que lo estamos pasando mal», apunta y señala uno de los problemas que tienen para acceder a un empleo fuera de la feria: «no tenemos experiencia en otra cosa que no sea nuestro negocio». Aún así, sus hijos, vinculados todos al mundo d ela feria, han ido trabajando «en todo lo que salía» y uno de ellos se plantea opositar para la Guardia Civil. Su marido, además se ha puesto al volante de un camión a sus 61 años para asegurar unos ingresos mensuales, pero toda su vida la tienen encerrada ahora en una nave, según dice.

Vuelta a la actividad

La complicada situación y las dudas sobre su futuro han unido al sector, que está promoviendo concentraciones junto a otros afectados como orquestas y circos. Se iniciaron este viernes en Badajoz y esta semana se llevarán a cabo también en Cáceres (22), Mérida (23) y Plasencia (24).

Hace dos semanas los feriantes se reunieron también con la Junta de Extremadura para pedir una fórmula que les permita retomar la actividad con seguridad. Por el momento la única medida que se ha tomado es la de evaluar la propuesta que han lanzado para celebrarlas con un circuito cerrado y controles de aforo, y la creación de una mesa de trabajo para definir el modelo, según confirma la Consejería de Sanidad. «Somos conscientes de que las ferias no podrán ser como antes, pero es el ayuntamiento el que va a tener la última palabra», apunta Morgado, que participó en esas reuniones.

Pero la situación que muchas familias describen es de angustia. «No vemos la luz al final del túnel. El año pasado se nos tomó el pelo porque nos dijeron que podríamos trabajar y ha sido un año en blanco. La situación de todas las familias es desastrosa», lamenta Antonio Martínez, portavoz de los feriantes en Cáceres y miembro de otra de las familias que viven por completo de esta actividad: «antes de que empezara la pandemia mi cuñado compró una noria que costó un millón de euros y yo he tenido que despedir a un trabajador que llevaba 11 años conmigo. Cuando queramos arrancar no vamos a tener a gente cualificada para montar las atracciones», relata.

Al menos en su caso sí tiene las ayudas por el cese de actividad, pero otros compañeros ni eso, porque muchos dan de baja el negocio en los meses que no trabajan y la pandemia les pilló en pleno parón de invierno. «Estamos completamente parados y la mayoría no tienen ninguna ayuda y ni siquiera han recibido el pago de los 1.700 euros de la línea específica que la Junta convocó para esta actividad». «Estamos olvidados», lamenta.

Al límite

«Yo solo quiero poder empezar a trabajar ya. Porque ves que tus hijos (tiene cinco niños pequeños) han llevado siempre una buena vida y que ahora si se les rompe el chándal, no puedes comprarle otro», clama Antonio García Marcos, feriante de Rena. Regenta con su mujer la hamburguesería Marisol. Al otro lado del teléfono relata su angustia: «No cobramos nada, así que vivimos de las ayudas de Cáritas y Cruz Roja y de lo que pueden darnos mis abuelos de su pensión o mi madre. Pero tengo paralizadas las hipotecas de las naves y la casa, y en el banco ya me están avisando de que no se pueden retener por más tiempo». En el último año ha buscado trabajo con poca fortuna «porque solo tengo experiencia en la feria» y se encomienda a que el verano le permita volver a ganarse la vida: «Nunca había vivido algo así».