Tras años de olvido, la historia de los deportados extremeños a campos de exterminio en Alemania va revelándose gracias a investigaciones como la de Juan Pedro Rodríguez Hernández, un sobrino-nieto de Isidro Sánchez (prisionero en Dachau) y profesor de Historia del Centro Madrid Sur de la Uned.

De los 295 extremeños de los que se tiene constancia que estuvieron prisioneros en los campos alemanes, 21 fueron recluidos en Dachau. Manuel Sánchez Olivera (5 agosto de 1913), natural de la localidad cacereña de Almoharín, fue uno de ellos.

Con el comienzo de la Segunda Guerra Mundial, y el triunfo de Franco en España en 1939, el extremeño, a los 26 años, cruzó Los Pirineos buscando asilo y terminó en los campos de internamiento de Francia. Por su condición de teniente del ejército republicano y miembro del Partido Comunista de España (PCE) «partió en tren hacia Moscú con oficiales vinculados al partido comunista, pero debió de ponerse enfermo aquellos días y no pudo salir del país», cuenta el historiador.

En este tiempo, la ocupación nazi de Francia era un hecho y la participación de los republicanos españoles en la resistencia en la zona de Bretaña era muy numerosa. Sánchez Olivera se sumó a los sabotajes contra los alemanes. En un primer momento la resistencia se había concentrado «alrededor de las bases de submarinos para extenderse a toda Bretaña y formar la red de resistencia española conocida por el nombre ‘los deportistas’, relata Gabrielle García, autora del libro Plaza de los republicanos españoles. Testimonios de exiliados en Bretaña.

En este contexto, Manuel fue capturado y enviado a la prisión de Compiégne en el país galo, para terminar siendo deportado a los campos de exterminio nazi en la primavera del 44.

El 20 de junio, Sánchez Olivera fue enviado a Dachau junto a otros prisioneros como el tarraconense Joan Escuer, quien años más tarde describió el día que llegaron al campo en el libro Memoria de un republicano español deportado al campo de Dachau: «¡Madre mía!, me dije, al ver a aquellas personas esqueléticas, con solo la piel y los huesos, y los ojos que le salían de las órbitas, me dieron la impresión de que no tenían párpados y de que no los podían cerrar. Aquello, era otro mundo, un mundo dantesco, y que únicamente puede describir el que haya estado en uno de estos infiernos».

En el campo, los prisioneros eran despojados de su identidad, les rapaban la cabeza, les daban el traje a rayas. Perdían su nombre y apellidos, y pasaban a ser un número: «Manuel era el preso 74.265. Los que tienen los números 73.000 o 74.000 son los de la resistencia. Eran presos políticos que estaban abocados al trabajo esclavo», explica el profesor.

Dachau (Alemania), situado a 13 kilómetros de Múnich, fue el primer campo que pisó Sánchez Olivera y en el que estuvo cuarenta días. Era el destinado por el régimen nacionalsocialista para los disidentes políticos. Después recaló en Allach, subcampo de Dachau, donde permaneció unos tres meses para trabajar en la fábrica de BMW. Seguidamente, lo trasladaron a Rosenheim (Alemania): «Con el avance de la guerra, utilizaban a los prisioneros como mano de obra esclava para ayudar a la construcción de carreteras, de nuevos campos, de material bélico, etcétera», precisa.

En los años 44 y 45, los alemanes estaban perdiendo la guerra y todos sus hombres se encontraban en el frente y alguien tenía que producir por ellos. Esa era la misión que tenía Sánchez Olivera», expone Rodríguez. «A los dos días de estar ahí, los aliados la bombardearon y lo trasladaron. Cada día, tenían que andar varios kilómetros soportando temperaturas extremas y siempre bajo la estrecha vigilancia de las SS», añade.

Once meses de cautiverio que culminaron el 2 de mayo del 1945 cuando las tropas norteamericanas llegaron a Deggendorf y pusieron fin al terror nazi.

Una nueva vida

En 1946, después de ser liberado, rehizo su vida en Francia, donde conoció a su mujer, también exiliada, con la que tuvo cuatro hijos y se dedicó al oficio de zapatero, profesión que había aprendido en el seno familiar.

Olivera fue de los pocos deportados que en tiempos de democracia volvió a España. El ejército español le reconoció su labor como militar y el Estado y la industria alemanes le indemnizaron por su trabajo: «Para recibir el dinero, tuvo que abrir una cuenta en el banco. Gracias a ello, entró en un sorteo y fue agraciado con un apartamento en Torrevieja (Alicante) del que disfrutaban algunos veranos», relata el experto.

En sus últimos años de vida, el teniente Olivera decidió escribir su biografía, de 300 páginas: «Manuel tomó la decisión de apuntar en un cuaderno los recuerdos que tenía de España, de su época de zapatero, las vivencias del pueblo, de su vida en Francia y en Alemania. Sin embargo, lo que más me llamó la atención es que solo dedicó unas seis o siete páginas a la etapa alemana. Fue un periodo en el que conoció lo peor del ser humano. Estuvieron a punto de matarle varias veces pero también conoció la solidaridad de sus compañeros y de la población alemana, que en algún momento le dieron de comer», explica Juan Pedro Rodríguez. Manuel Sánchez Olivera falleció en 1996 en París, en el exilio.

Investigaciones

Hace tres años que Rodríguez Hernández comenzó la investigación de los prisioneros extremeños que estuvieron en los campos de exterminio nazi y afirma que desde entonces le ha cambiado la vida. «Cuando descubrí que mi tío fue prisionero de los alemanes, tomé la decisión de hacer una tesis doctoral para conocer a mi familia y para saber quiénes eran las personas que estuvieron con él prisioneros», rememora. Se han escrito muchos libros referidos a este tema pero en el ámbito de una tesis doctoral «creo que es la primera que se va a hacer en España», apostilla.