Mientras unos pasarán bastante tiempo buscando dónde están sus votantes, otros se los han encontrado en abundancia sin esperarlo. El resultado de hace una semana no deja de sorprender, y no cabe duda de que también al Partido Popular por la llegada de un caudal de apoyos avasallador, insospechado, propicio a los más interesantes estudios demoscópicos. Aunque de ahí, de los pequeños errores en la web de recuento, y la mayúscula sorpresa en el escrutinio, a azuzar la teoría de la conspiración que tan bien se asimilaría a repúblicas ultramarinas con exceso manejadas en los últimos meses, tiene el sello de prolongar una paranoia que en realidad tampoco es muy distinta al estado de locura y excitación que se ha apoderado de España hace tiempo.

En Extremadura el batacazo mayor ha sido el de Unidos Podemos si tomamos como bueno que al menos debería haber repetido el porcentaje de adhesión que Podemos e IU consiguieron en diciembre, pero que se ha visto reducido en un 2,6% sobre el censo de votantes; y sin embargo frente a él queda agrandado el del Partido Socialista porque aún habiendo sido menor, un retroceso de 1,5 puntos, estamos hablando de la formación que gobierna la comunidad y que también ganó el año pasado las municipales, y por tanto las diputaciones.

Los socialistas se dejaron hace una semana 21.600 votos respecto a diciembre (la abstención general aumentó en 15.200), con un descalabro particular en la provincia de Badajoz, 15.300, donde se produjo un absentismo en las urnas anormalmente superior al de Cáceres, y en esta última la pérdida de sufragios fue de 6.300. Han sido unas elecciones generales, no autonómicas, y además unas generales excepcionales en todos los sentidos --primera repetición en la historia, aparición de nuevas fuerzas con apariencias de colarse en el bipartido, zambombazo británico a tres días de votar--, y en las que contendían Rajoy y Sánchez , Iglesias y no Alvaro Jaén , sí, pero son termómetros inevitables para aplicar aunque sea por ligera aproximación al estado regional.

Con estos resultados, si fueran para la Asamblea de Extremadura, el PP habría sacado 27 diputados (uno menos de los que tiene ahora), PSOE 23 (siete menos), Unidos Podemos 8 (dos más de los que tiene ahora en solitario Podemos) y Ciudadanos 7 (seis más pues ahora solo tiene uno). Aparte del gran retroceso del PSOE, y la victoria del PP, la gran novedad respecto a las autonómicas de 2015 es el crecimiento desbocado de Ciudadanos y otro más moderado de la coalición a la izquierda del PSOE. Los socialistas, aunque han esgrimido ser la comunidad con más apoyo porcentual, se han encontrado con un gran problema, y han detectado bolsas de abstención en zonas de voto tradicional para su partido que van a estudiar en detalle. ¿Por qué los suyos se quedaron en casa?

Dentro del mal resultado para ellos sobresale el descalabro en las localidades más pobladas, con desventajas de 20 puntos, que no es un mundo sino dos, en ciudades como Badajoz y Cáceres. Y para unas autonómicas, si no hay una cierta cimentación en el voto local, y no solo rural sino también urbano, es derrota segura. Unicamente Villanueva de la Serena o Mérida, con desventajas respecto al PP de tres y cinco puntos respectivamente, podrían haber hecho algo parecido a una resistencia a este vendaval azul.

LA SENDA que lleva Extremadura, que ha sido de concentración en los núcleos urbanos pero ante la profundísima crisis también empiezan a perder población, y de engorde del sector público funcionarial ante un sistema privado del que van quedando poco más que las raspas, no augura nada bueno para el voto de izquierda. Sin tener que acudir al concepto de obrero, al simple trabajador de la empresa privada que estaría más radicalizado al sufrir toda la agresión de la última reforma laboral, hay que buscarlo cada vez más con una lupa; la fuerza trabajadora, privada de esa seguridad del empleo público con los 1.000-1.500 euros asegurados pase lo que pase, simplemente desaparece por falta de conciencia o porque emigra.

Averías tan gorda como la producida, o anunciada por medio de estas señales, en cualquier estructura de poder público se suelen intentar arreglar en primer término con un cambio en el Gobierno. Año y medio después de llegados a él sería el momento de ensanchar un andamiaje -cinco consejerías- muy criticado, y de intentar coger un impulso en el que no contribuye nada el gallinero de la calle Ferraz, donde parece que a Sánchez se le va asesinando en cámara slow motion .

Aunque el reglamento del Parlamento extremeño recoge expresamente que sea en junio, porque no contemplaba la ampliación que se hizo a julio del período de sesiones, a mediados de este mes tendrá lugar el debate sobre el estado de la región, marcado por el escrutinio del 26J. El PP de Monago está lógicamente muy crecido, y ha sido contar votos y ponerse su aparato a rebatir todo lo que dicen los consejeros de la Junta.

Pocos días quedan --se baraja 14 y 15 de julio-- pero Fernández Vara necesita como sea acumular aliento e impulso para no irse la región de vacaciones todavía con la idea de que el ciclo puede haber empezado a cambiar. Un cambio producido pese a todo, pese al bofetón en la cara extremeña de no haber querido emitir la licencia ambiental para la mina Aguablanca, o a pesar de que la alta velocidad ferroviaria sigue siendo una tomadura de pelo y en general no hay un mínimo gesto para la comunidad con más problemas.

Y a la vuelta de vacaciones aguardaría la gran asignatura política de todos los años, los presupuestos. Esta vez las cuentas no podría pactarlas Fernández Vara con Monago, y como Podemos seguirá en el empeño del sorpasso, seguiría sin haber entendimiento con ellos.

La prórroga ya no sería tan mala porque la síntesis presupuestaria es básicamente la del PSOE modificada por PP, aunque tendría el inconveniente de no ajustarse a una nueva estructura de la Junta si el presidente se decidiera a implantarla en un hipotético cambio de Gobierno.