El día 25 de julio de 1995, efemérides de Santiago Apóstol, dos hijos de Las Hurdes y otra persona muy vinculada a la comarca, donde desarrollaba sus tareas educativas, fueron citados a los juzgados de Plasencia. Habían sido denunciados por la apropiación indebida de piezas arqueológicas y el posible tráfico ilegal de las mismas. Se iba a celebrar la vista oral. Pero la parte querellante hizo mutis por el foro y, corroída tal vez por la vergüenza, le temblaron las piernas a la hora de asumir responsabilidades.

Bastante era el daño que habían hecho cuando ciertos individuos, escoltados por la guardia civil, se presentaron en la alquería hurdana de Aceitunilla, asustando y poniendo en alerta a los pocos vecinos de la aldea. Dos de sus moradores serían llevados al cuartelillo de Nuñomoral, a fin de ser interrogados. Cierto era que, en dicha alquería, se custodiaban toda una serie de piezas arqueológicas. Se habían recogido por valles y montañas o fueron entregadas voluntariamente por paisanos que las tenían en sus casas, en sus cuadras o en sus huertos. Las tres personas encausadas se habían propuesto salvaguardar aquellos vestigios arqueológicos de la barbarie y de la incuria, con el objeto de ser destinados a lo que sería el Museo de Las Hurdes. Toda la comarca conocía la labor de los que custodiaban tales piezas. La Consejería de Cultura de la Junta de Extremadura sabía de ellas por las fichas que se enviaron en su día. Habían sido expuestas públicamente con motivo de diversos eventos celebrados en el territorio hurdano. Varios investigadores las habían estudiado y plasmado en diferentes publicaciones. La prensa regional extremeña recogió las noticias de cada nuevo hallazgo. Pero se juntaron el hambre con las ganas de comer, y el diablo, que no para y nunca duerme, se encargaron, entre todos, de poner en la picota a personas cuyo espíritu era diametralmente contrario al de ladrones y traficantes de piezas arqueológicas.

Denuncia

En la revista 'Complutum', 2005 (vol. 16, 35-37), aparece una colaboración titulada "Antropología y Defensa del Patrimonio: la experiencia del Grupo de Delitos contra el Patrimonio Histórico de Extremadura". Sus autores son Juan Javier Enríquez Navascués, perteneciente al departamento de Prehistoria de la Universidad de Extremadura, y Francisco González Jiménez, comisario de Mérida. Allí se leen los motivos de la denuncia, pero no aparecen los nombres de los denunciantes. Era, a la sazón, director del Museo Provincial de Cáceres Manuel Garrido Santiago, el cual nunca ha querido soltar prenda. Todo apunta a que ciertos investigadores, confabulados con algún que otro personaje perteneciente a las fuerzas vivas de la comarca hurdana, urdieron la denuncia. A saco casi se puede decir que entraron en el caserío de Aceitunilla. Fueron derechos a la vivienda donde se custodiaban las piezas. Arramplaron con todo lo que vieron, hasta con fragmentos de pizarra y otras piedras que nada tenían que ver con los vestigios arqueológicos. Todo se lo llevaron al Museo Provincial. La prensa regional se hizo eco de la incautación y aparecieron titulares donde se ponía en tela de juicio la honorabilidad de los mantenedores de aquella colección arqueológica. Los alcaldes hurdanos, que conocían de sobra la honrada y loable trayectoria de los denunciados, tuvieron que enviar un comunicado a los medios de información, exponiendo la verdad y la realidad de los hechos.

Administración

Por aquellos años era consejero de Cultura de la Junta de Extremadura Francisco Muñoz Ramírez. Tanto con él como su predecesor, Antonio Ventura Díaz, habló más de una vez uno de los tres encausados. También con José María Soriano Llamazares y con Luis Angel Ruiz de Gopegui, directores generales de Patrimonio y Promoción Cultural, respectivamente. Todos ellos habían destacado la labor de salvaguarda de quienes custodiaban la colección 'Aceitunilla'. Se estaba barajando la posibilidad de ubicar el Museo de Las Hurdes en la llamada factoría de 'El Jordán', junto al cuartel de la Guardia Civil de Nuñomoral. En boca de altos cargos de la Administración extremeña de aquel momento quedó la firme promesa de que la colección arqueológica volvería a Las Hurdes.

Pero las piezas no han vuelto. En las vitrinas del Museo Provincial están expuestos dos ídolos-estelas del período calcolítico: el de El Cerezal y el de Arrocerezo. De este último se dice en el trabajo publicado en 'Complutum' que "apareció entre esta localidad y El Madroñil y se encontraba en el poyo de una vivienda de Arrocerezo". Lo cierto es que Arrocerezo es un despoblado y no existe pueblo paraje con el nombre de 'El Madroñil', aparte de que el ídolo-estela no estaba sobre poyo alguno. Estas piezas, como el resto, han ido a parar al Museo Provincial sin ser acompañadas de una ficha que certifique los pormenores de sus hallazgos. Pero, además, todas esos vestigios tienen dueños, con nombres y apellidos, con los cuales nunca se habló, por si había lugar a un expediente de expropiación. Algunos de los objetos, de mayor valor etnográfico que arqueológico, tenían un gran valor afectivo para los vecinos que los cedieron, ya que habían sido heredados de sus mayores, como es el caso de las llamadas 'piedras de rayo' (piezas pulimentadas que los pastores llevaban consigo, en la creencia de que les librarían de las exhalaciones), o las conocidas como 'sartas de la leche', que colgaban en el cuello de las lactantes para que no se "ensecasen los pechos". Como era de prever, los dueños de estas piezas han venido exigiendo a quienes fueron los mantenedores de la colección 'Aceitunilla' (uno de ellos lamentablemente fallecido) que las reclamaran a los incautadores y les fueran devueltas.

Piden que retorne

A lo largo de los años, se ha denunciado en diversos medios este atropello. La Asociación Sociocultural de Las Hurdes (Ashurdes) ha puesto el dedo en la llaga numerosas veces y ha levantado la voz para que la colección vuelva de inmediato a la comarca, albergándose provisionalmente en el Centro de Documentación de Las Hurdes, pero sin olvidar la promesa primitiva de adecuar la 'Factoría del Jordán', que sería su último y definitivo destino. Ashurdes insiste en que "tales piezas no debieron de haber salido fuera de su contexto y menos de manera tan sibilina. Desvestir --añade-- a la comarca hurdana de sus atractivos arqueológicos para vestir a un museo provincial que se encuentra a muchos kilómetros de distancia, no es de recibo. Una fuente de riqueza para el territorio hurdano es su turismo. Nadie de fuera tiene derecho a saquear el patrimonio cultural de los habitantes de Las Hurdes". Apela, igualmente, Ashurdes a los alcaldes y a otras autoridades de la zona, para que hagan valer los derechos del pueblo hurdano, ya que de no hacerlo --según afirma-- "serán cómplices del latrocinio".

Según hemos podido saber últimamente, varios abogados hurdanos quieren retomar el caso y hacer justicia con todos los agraviados: los que fueron acusados de manera espuria e indecente y los vecinos de la comarca a los que se despojó de prendas de gran valor sentimental para ellos.