Con poco más de 20 años, Paul tuvo que empezar su vida de cero. Con pesadumbre y mucha esperanza dejó su pueblo natal, Bassá, en Camerún, para buscar una vida mejor en España, un futuro para él y también para su hijo que entonces tenía apenas un año. Ese futuro lo encontró en Mérida, donde vive desde hace casi una década y donde nació su segundo hijo. Aunque no sin dificultades. "La gente quiere salir de Africa porque como humano quieres mejorar. Queremos vivir como los demás". La última vez que fue a Camerún fue en el año 2007 y aguarda la esperanza de volver pronto para abrazar a su familia.

--¿Cómo era su vida antes de venir a Extremadura?

--Estudiaba en Rabat, pero mi familia ya no tenía más dinero para seguir con los estudios y volví a Camerún. Allí hacía algunos trabajitos, ayudaba a mi madre a vender en el mercado y también compraba productos para luego venderlos y sacarme algún dinero.

--¿Cómo logró pasar la frontera?

--Lo había intentado otras veces, incluso saltar la valla, pero logramos pasar la frontera de Ceuta en coche junto a la madre de mi hijo y mi hijo. No teníamos visado y llegamos en el coche de un marroquí que nos ayudó. Tuvimos suerte porque había mucho tráfico en la frontera y la policía no nos paró.

--¿Qué pasó una vez en España?

--Tras pasar la frontera solicité asilo y nos mandaron al centro de internamiento de Ceuta. Ahí estuvimos seis meses, desde septiembre del 2003 hasta abril del 2004. Tienes que estar allí porque es parte del procedimiento. A los seis meses salimos de allí con un permiso de residencia excepcional por causa humanitaria. De allí nos vinimos desde Algeciras en autobús a Mérida y estuvimos un tiempo en el centro de acogida de refugiados donde hice un curso. Conseguimos la tarjeta de residencia, el director nos dio 250 euros y con algunos trabajos pudimos ahorrar mil euros para encontrar un piso de alquiler.

--¿En qué ha estado trabajando?

--Encontré trabajo en una fábrica de huevos de Almendralejo, allí estuve un año y seis meses, luego trabajé en una pescadería en La Garrovilla, pero no nos pagaban todo lo que trabajábamos y lo tuve que dejar para buscar otra cosa porque tenía recibos que pagar. Me llamaron del matadero de Mérida y desde enero del 2007 estoy ahí, antes todo el año, pero ahora solo nos hacen contratos por meses. Ahora también estoy haciendo un curso en la Escuela de Hostelería de Mérida, a ver si puedo encontrar un trabajo más estable.

--¿Cómo resume su experiencia?

--Muy difícil, uno no puede estar contento de tener que dejar a su familia, pero la vida es así, cada uno tiene que intentar buscarse la vida. Tengo también un hermano en Rusia. El proceso es muy difícil, mucha gente no puede soportarlo, al final no puede quedarse o entra en una depresión porque para vivir legalmente en España es necesario tres años viviendo aquí sin salir y empadronado. Es largo y duro.

--¿Se imaginaba Extremadura así?

--Es una región bonita, si no no podría estar viviendo aquí. Me gusta Mérida y tengo muchos amigos ya. Aquí me siento como uno más.

--¿En qué nos parecemos los africanos y los europeos?

--Solo nos diferenciamos en el color de piel. Yo pensaba que aquí la gente era distinta, pero tenemos casi el mismo comportamiento. También noto diferencias en cuanto la educación, aquí los hijos levantan la voz a los padres, allí hay más respeto y el carácter de la gente también es más alegre. Aunque pasen hambre siempre están contentos. Y si se muere alguien montamos una fiesta, como se ve ahora tras la muerte de Nelson Mandela, que para mí es el padre de la humanidad.

--¿Ha sentido racismo en Extremadura?

--Como en todos sitios. Al principio cuando llegué entraba en un bar a tomar café y la gente me miraba, no habían visto a uno de color tan cerca. En Camerún también hay racismo, eso es una cosa de todo el mundo.

--¿Qué opina de las concertinas instaladas en Melilla por el Gobierno español?

--Es muy triste, yo lo he visto de cerca y es una medida muy mala. Los africanos queremos vivir como todos lo demás.

--¿Cree que Europa vive de espaldas a Africa?

--Sí, a Europa no le importa lo que pasa en mi país, aunque tiene mucho que ver con lo que allí ocurre.

--El presidente de Camerún, Paul Biya, lleva gobernando más de 30 años, ¿no cree que es demasiado tiempo?

--Lleva desde el 6 de noviembre del 82. Allí no hay política como tal, es gente que está solo para robar y vivir, uno que quiere a su pueblo y se preocupa por él no debe estar más de ocho años en el poder, allí se están aprovechando mucho. Lo mejor que tenemos es que no hemos tenido ninguna guerra civil, pero no tenemos libertad de expresión. Allí la gente que tiene más dinero vive en los bloques de pisos en los que la gente vive aquí.

--¿Ve su futuro en Mérida?

--Sí. Cuando uno lleva ya diez años en un sitio no es fácil cambiar de vida otra vez. La paciencia es amarga pero el fruto es dulce, dice un proverbio de mi país y yo esperaré encontrar un trabajo más estable, pero aquí estoy bien, aquí viven mis hijos y aquí me siento uno más. La comunidad africana ha crecido mucho desde el 2003, ya somos más de cien inmigrantes en Extremadura, y queremos enseñar al pueblo que Africa no es solo hambre, también hay sonrisas. Y cualquiera que vaya a nuestras playas, montañas o parques naturales será muy bien recibido.