Cinco años seguidos bajo la amenaza de lluvia, cinco años de nervios, de incertidumbre, de nubarrones, de decisiones muy delicadas de última hora que teme cualquier mayordomo, porque ni puede confundirse ni debe arriesgar imágenes centenarias. La hermandad cacereña de las Batallas volvió a amanecer ayer con la previsión de posibles chubascos, pero los cofrades no se desalentaron: prepararon los pasos, colocaron las flores, limpiaron faroles y cruces, extendieron mantos y faldones... "Llevamos así cinco años y al final siempre salimos", explicaba a media mañana el mayordomo, Juan Ignacio Blanco. Pero el aguacero se desató al anochecer. Aun así, la suspensión se adoptó al límite, a las nueve en punto, esperando una tregua del tiempo que solo llegó minutos después de tomar la decisión.

Unicamente un mayordomo y su directiva saben lo que supone esta espera. "Una angustia, un desasosiego, puede que pare de llover, puede que no. Vamos a reunirnos ahora, pero no lo tenemos aún claro", comentaba un descompuesto Juan Ignacio Blanco a las nueve menos diez. Fuera, numeroso público se estrechaba bajo los paraguas hasta que la suspensión se conoció. La gente entró en tromba en la concatedral para visitar los pasos y las puertas tuvieron que cerrarse por el exceso de afluencia.

Al final, la cofradía realizó un vistoso acto desfilando con sus tres imágenes por el interior del templo, con las bandas del Espíritu Santo y la diputación, las escuadras de gastadores del Cimov y todos los elementos que forman la comitiva. Y es que la de ayer no iba a ser una procesión cualquiera. Francisco Polo Galiche , considerado por muchos como el mejor jefe de paso de la Pasión cacereña, dejaba anoche esta labor. Hace un año se despidió del Nazareno y ayer quería sacar por última vez al Cristo de las Batallas, que ha dirigido desde su primera procesión. No puso ser, pero la hermandad le rindió un emotivo reconocimiento.

FERREO SILENCIO Las Batallas fue fundada en 1951 y refundada en 1989 como una de las cofradías más ordenadas y recogidas. Cubiertos con verduguillos y en férreo silencio, los hermanos repitieron ayer su homenaje a los difuntos y recordaron al cofrade Juan Carlos Rodríguez, fallecido en accidente en Mejostilla.

Las imágenes fueron mecidas por el templo. El Cristo de las Batallas (1953) reposaba sobre una tupida alfombra de 3.000 claveles amarillos. El Cristo del Refugio (XVIII), que sobrecoge por su realismo y sus llagas, llevaba una discreta composición de iris, liatrix y claveles. Y junto a ellos, una de las imágenes marianas más sencillas y bellas de la ciudad, María Santísima de los Dolores (XVIII), con ánforas de claveles, antirrinums, alhelíes, liliums y flores de cera. El florista, José María San Félix, le regaló ayer un faldón de terciopelo bordado a mano en oro y pedrería.