Dice que es un pequeño paraíso en medio de la nada. «Estoy rodeado de encinas». Justo antes de entrar «hay un socavón donde cabe un coche». No llega el camión de la basura ni el correo, «recibo las cartas en Azuaga, en casa de un amigo». No hay bares. Ni iglesia, «¿para qué? Yo tengo conexión directa con Dios, sin intermediarios», bromea. La antigua parroquia de San Bartolomé se convirtió en un albergue, pero está en desuso. «Le propuse al alcalde que yo lo gestionaba, le pareció bien, pero ahí quedó, no me ha dicho nada más. Riego las plantas de delante para que no se sequen». Habla con el sosiego de quien vive sin reloj, sin prisas. De quien tiene tiempo para contemplar ese paisaje que le envuelve y enamora cada día.

Antonio Carrizosa Vizuete ha cumplido 62 años y hace una década se mudó a un aldea vacía. Habita con su mujer y su cuñada en un hogar que él mismo recompuso. «Al principio no sabía ni hacer mezcla de cemento», asegura.

Los tres son oficialmente -según el INE- los únicos habitantes de Los Rubios, una entidad local menor perteneciente a Granja de Torrehermosa (dista unos 30 kilómetros), situada justo en el límite con la provincia de Córdoba.

Antonio cuenta que sus padres se criaron en una mina de plomo cercana, la de San Rafael, pero que iban a Los Rubios porque era allí donde había maestro, el que les enseñó a leer y a escribir.

Antonio Carrizosa Vizuete.

90 vecinos

En sus buenos tiempos la aldea rondaba los 90 habitantes. Pero se fueron marchando. Y las casas empezaron a caerse. Y a Antonio se le quedó grabada la pena de ver cómo el lugar donde había transcurrido parte de la infancia de sus padres se iba perdiendo.

Trabajaba en una asesoría fiscal, en Zafra. A los 28 años ya se hizo un plan de pensiones que le permitió retirarse pronto y empezar a cumplir su sueño: recuperar la aldea.

Ha ido comprando y, ladrillo a ladrillo, restaurando algunas de las antiguas casas. «Tienen más de cien años, en unas se han podido aprovechar los cimientos, en otras no». Ahora mismo son habitables una decena, prácticamente la mitad del pueblo. «La gente sabe en lo que estoy y me trae muebles antiguos que ya nadie quiere. Esto no son obras faraónicas y uso materiales reciclados», explica.

No se ha librado de las trabas burocráticas. Alega que, cuando ve que es necesario, pide licencia de obra (al ayuntamiento de Granja), pero no le contestan, de manera que apuesta por la figura del «silencio administrativo», que considera sinónimo de respuesta afirmativa y sigue adelante. También le pone nombre a las calles, por ejemplo, la del Viento, donde le gusta sentarse a leer.

Los servicios

¿La luz y el agua? Todas las viviendas tienen placas solares para la electricidad. Y a las afueras hay un pozo que conecta con un depósito y que les permite disponer de agua corriente, que no potable.

Se queja de que pagan el IBI urbano: «Como si viviéramos en la calle más céntrica de Granja (unos 2.000 habitantes)».

¿Hay más vecinos? «Una familia de Valencia que pasa aquí temporadas. Y otra de Sevilla». Conservan raíces con el pueblo y se han unido al proyecto de Antonio para que Los Rubios vuelva a tener vida. También él ha implicado a varios amigos. Cuando se juntan todos suman hasta 40. «Pero hay momentos en que nos marchamos a la playa y están solo los animales, y viene José (de otro pueblo) a cuidarlos».

El cariño que le transmitió sobre todo su madre alimenta el empeño de Antonio de que Los Rubios florezca. Y tiene un proyecto futuro: que este lugar pueda vivir del turismo rural.

En Extremadura hay unos cincuenta pueblos en peligro de extinguirse, la región sigue perdiendo población, cada vez más, pero Antonio ha decidido nadar a contracorriente.