Pasan unos minutos de la noche del jueves. El preludio del fin de semana. La Plaza de Albatros, en el centro de Cáceres, respira la tranquilidad que precede a la llegada de los que no quieren esperar más para verse en los bares , como si acudieran a la llamada que en su día plasmó en uno de sus discos el grupo Celtas Cortos. La discoteca Down, uno de los locales ubicados en esta zona --la principal de ocio nocturno en la capital cacereña--, también vive el preludio de una noche de fiesta, en este caso universitaria: hay que ordenar las bebidas, hacerse con provisiones de hielos...

En este ajetreo inicial colaboran Oscar Vinagre, Víctor Manuel Hernández y Juan Antonio Jiménez. Son los tres profesionales --de los seis con que cuenta el local-- que se ocuparán de preservar la seguridad de quienes acudan a esta sala esa noche. Por ello, su cometido principal vendrá más tarde: prevenir cualquier incidente que pueda enturbiar la fiesta. Para ello, según explica su coordinador, Quini Carrasco, "todos cuentan con formación en seguridad, bien porque tienen el título de vigilante o porque se están preparando para trabajar en algún cuerpo de seguridad".

Aunque este requisito no se exige, de momento, por ley, en este caso es la propia empresa la que opta por requerírselo a sus trabajadores. Una decisión que ellos mismos ven positiva: "porque este trabajo no es sencillo, tienes que tratar con gente que muchas veces ni es consciente de lo que hace y hay que saber controlar situaciones conflictivas", argumentan. Su formación es la base para cumplir con su labor --que resumen como "prevenir incidentes y detener los que se produzcan; por supuesto, nunca provocar ninguno"--, si bien añaden que también es vital la experiencia.

Es la misma percepción que comparte, en líneas generales, el jefe de seguridad de la discoteca Broadway de Badajoz, Frank Coronado. Con la experiencia que aporta ser el primero de la fila , Coronado describe como aumenta la tensión cuando se niega el acceso al local a alguien. Algunos, explica, se dan la vuelta y no vuelven, "pero la mayoría protesta a viva voz amparándose en la multitud que se congrega en los alrededores" hasta llegar, en algunos casos, a las agresiones directas, como lanzar objetos "desde la impunidad del escondite de la masa".

El autocontrol es, en estos casos, la gran herramienta de los porteros de la discoteca Broadway. También los "oídos sordos" son imprescindibles para cumplir esta labor, apuntan los cacereños. Todos coinciden en que se trata de un trabajo que no puede asumir cualquiera, a la vez que reconocen que, de hecho, conocen casos en que son los porteros quienes crean los conflictos, en vez de prevenirlos y evitarlos.

"Pero no todos somos iguales", resaltan solicitando que no se equipare a toda la profesión por sucesos como el que acarreó el fallecimiento de Alvaro Ussía el pasado fin de semana en Madrid. Según resaltan: "algunos son matones, no porteros y, al parecer, no se sabe si el que mató a ese chico trabajaba en la discoteca".

Difícil será, sin embargo, quitarle esa impresión a quienes han sufrido agresiones por parte de este colectivo. Es el caso de un extremeño que prefiere preservar su identidad, pero que fue sin ninguna explicación de un pub de la región por un portero. "Me rompió un brazo y aún no entiendo por qué", asegura a la espera de que tenga lugar el juicio por aquella agresión. "Hay casos aislados, pero la mayoría de los porteros estamos para evitar incidentes, no para provocarlos y, sin nuestra presencia, sin duda habría muchos más problemas", defienden estos.