Bombas que pueden permanecer activas y ser una amenaza durante años, en solo un día pueden ser inofensivas. Es lo que se consigue con el proceso de destrucción de la munición de racimo, que llevan a cabo los ingenieros y operarios de FAEX en El Gordo al ritmo de dos bombas destruidas al día.

Además, con este proceso, parte del explosivo que un día fue munición de guerra, se recicla y reutiliza para cartuchería deportiva, minería y obras públicas. Es el destino de lo que, activas, se han convertido en minas antipersonas.

Por eso, la seguridad es una de las bases de su destrucción, así como el respeto al medio ambiente, ya que su eliminación no supone impacto medioambiental alguno.

Es lo que ayer mostró Gregorio López, director técnico de desmilitarización de FAEX, a la ministra. Así, las bombas que llegan embaladas como munición de guerra y procedentes de polvorines del país, se reciben para desarmarlas a base de separar todos los elementos posibles.

De esta forma, se separa la llamada espoleta de la carga explosiva principal. La primera pasa a un horno incinerador, mientras que la submunición cargada de explosivos sufre dos procesos: "O bien se hace un vaciado del explosivo por fusión y se recupera el explosivo o esto se consigue con nitrógeno". Los restos se eliminan ecológicamente y tanto el explosivo como los componentes metálicos se reciclan. En total, lo que fuera una bomba de racimo se transforma en un 80% de partes metálicas, un 14% de explosivos y un 3% de plásticos.