TCtada una es como la primera, por lo que duele. Pero todas deberían ser la primera tras la última. La primera que se salvó. La primera que escapó de su agresor. La primera que huyó de las fauces de un asesino. La primera a la que el Estado protegió de una muerte segura.

La barbarie no se resume en números. Es mucho más que una cifra. Tiene que ver con la dignidad pisoteada y la autoestima destruida, con la carne amoratada y el alma hecha trizas. Los números, el simple recuento, ese "van tantas o cuantas muertas a manos de sus maridos o sus novios" se queda cosas atrás. Las más importantes, de hecho. La suma, en este caso, quita hierro. Vale para una estadística siniestra, y poco más. Porque cada caso es la historia de una tragedia, que no se puede agrupar, ordenar ni cuantificar. Porque cada vida es única, y lo que se destruye no tiene arreglo. Porque no se pueden meter en un cesto las lágrimas, ni pegar los trozos de un corazón despedazado, ni medir el dolor o la tristeza. Porque una vida, una sola, lo vale todo, y eso el número lo desvirtúa.

Deberían saltar las alarmas, pero, en ocasiones, parece que ni suenan. No extraña, a estas alturas, y visto lo visto, que no se arme revuelo con las cifras, con los números ante los que las sociedades modernas están parcialmente insensibilizadas. Pero, ¿y ante los rostros, los casos particulares y las historias de vida de cada víctima? ¿Por qué no grita más alto la sociedad? A veces, incluso parece que no sirvieran ni las denuncias ni las ordenes de alejamiento, porque las malas bestias, esos bichos que se creen hombres y son sólo animales, no se detienen a la hora de ejecutar sus planes perversos, de alcanzar ese horizonte de violencia y destrucción que tienen por destino. Y, sin embargo, la sociedad va a lo suyo y los poderes públicos a rebufo de lo que va ocurriendo, actuando, en multitud de ocasiones, tarde y mal.

XEL CANTANTEx Huecco daba a conocer hace unos días la historia de Carla , una de las pasajeras fallecidas en ese terrible accidente de tren en Galicia que ha consternado a España entera. Carla dedicaba su vida a salvar a mujeres. Acudía al rescate de mujeres maltratadas por toda España. Llegaba en una furgoneta, las recogía, y se marchaba con ellas rumbo a una casa de acogida, a un lugar desconocido para los tipos que amenazaban sus vidas. Desgraciadamente, ahora, muchas mujeres se quedarán esperando a ese ángel de la guarda que las buscaba y las ponía a salvo. La actuación de personas como Carla demuestra que hay más cosas que se pueden hacer y no se hacen. Que no está todo inventado en lo relativo a la asistencia, atención y protección de mujeres maltratadas. Que hay que educar en las escuelas e institutos para eliminar comportamientos que preceden a estas conductas. Que es necesaria una labor de concienciación importantísima. Que los procedimientos judiciales habrían de ser más urgentes, las penas, más duras, y la vigilancia a los agresores, mayor.

Si no queremos que casos como el de la semana pasada en Villafranca se repitan, es necesaria una reflexión colectiva acerca de qué estamos haciendo mal como sociedad. Se lo debemos a todas y cada una de las víctimas.