Es difícil encontrar palabras adecuadas para describir las primeras impresiones que se experimentan al encontrarse delante del Papa Francisco . Da la sensación de haberlo conocido toda la vida, de estar al lado de ese pariente lejano y simpático que todos tienen y que, pese a verlo únicamente de tarde en tarde en eventos familiares, se lo aprecia de veras.

Su personalidad es tan desbordante como su altura, mucho mayor de la impresión que da en los medios de comunicación. Corpulento, algo desgarbado, cosa que se acentúa al verlo caminar con ese balanceo que le imprime el hecho de tener una cadera ligeramente más alta de la otra.

El rígido ceremonial pontificio ha desaparecido en torno a él, se acerca al interlocutor, lo saluda con un simple "buongiorno" y casi no se tiene tiempo de hacer la genuflexión simple, porque aprieta fuertemente la mano y para el gesto.

ES CERCANO en los espacios y en la conversación: dialoga, pregunta, se interesa, y todo esto con un contacto físico en el que Francisco agarra por la muñeca al interlocutor cuando desea decir algo más personal, por los brazos cuando su intención es alentar, e incluso abraza con fuerza. Todo ello sería impensable hace tiempo en un Papa, pero ciertamente los tiempos cambian y cada uno imprime a su pontificado su propio carácter.

La impresión de reverencia no hace acto de presencia, quizá porque el marco de Santa Marta reste sensación de solemnidad. Incluso los hábitos pontificios no la trasmiten, no sólo porque el fajín no esté bordado con las armas papales, o la simplicidad del pectoral, o sotana ligerísima, sino porque la espontaneidad invita a un acercamiento.

Es innegable su magnetismo, ese algo que no se sabría definir, que lo hace encantador. Transmite, no sólo simpatía, sino también una gran inteligencia, que demuestra en su adecuación al interlocutor. Incluso a veces se le escapa el tuteo, aunque vuelve al usteo inmediatamente. Su acento argentino al hablar italiano es bastante fuerte, pero sobre todo se le nota cuando usa el latín, con fortísimas aspiraciones de la ese, tal vez, porque antes de su subida al Solio lo haya usado poco. Sin embargo su castellano es dulcísimo.

Llama la atención, además de su sonrisa que usa mientras habla, la mirada penetrante, que se clava en los ojos de quien tiene frente a sí cuando está escuchando. Al despedirse lo hace con la misma naturalidad que usa al saludar porque establece una relación rápida que parece desee continuar en el tiempo, con una despedida informal en la que desea un buen día asiendo los brazos de quien tiene en frente. El mundo se ha detenido por un momento, pero Francisco continúa adelante con celeridad.