Alfonso Cortés es uno de los muchos universitarios que estos días se encuentran perdidos entre montañas de apuntes que les ayuden a superar los exámenes finales, pero él no mira sus notas, tan sólo le basta tocarlas, acariciarlas, para memorizar lo que dicen. Este cacereño de 22 años es ciego de nacimiento y se encuentra en una silla de ruedas por culpa de una enfermedad congénita en los huesos, lo que no le ha impedido cursar Derecho en la Universidad de Extremadura y obtener buenas calificaciones que le permitirán, posiblemente, acabar la carrera este curso.

Alfonso es sólo un ejemplo del colectivo de discapacitados que estudian en la universidad extremeña. El pasado martes, el Consejo de Gobierno extremeño autorizó la firma de un convenio entre la Consejería de Bienestar Social y la Uex para la integración académica de alumnos con discapacidad. El acuerdo permitirá llevar a cabo un programa de investigación específico y un censo sobre estudiantes universitarios con necesidades educativas especiales para proporcionales apoyo y conseguir su plena integración en la comunidad universitaria.

LAS DIFICULTADES

Alfonso vive en la Residencia Universitaria Cocemfe de Cáceres, en donde intenta cumplir su sueño: "Siempre quise estudiar Derecho, era un sueño que tenía desde pequeño, creo que soy demasiado fanático de la verdad". Pero no es fácil.

Uno de los problemas más importantes a los que tiene que enfrentarse son los apuntes, una situación que le pone en desventaja respecto a sus compañeros de carrera. "Los apuntes me llegan retrasados. Tengo que mandarlos a la sede de la ONCE en Cáceres, que a su vez los envía a la sede de Badajoz para transcribirlos en braille, ya que en Cáceres no hay una máquina capacitada para ello. Una vez que están pasados a braille vuelven a la sede de Cáceres y me llegan a mí", asegura el estudiante.

En cuanto a los libros, el proceso es más largo y complicado. Primero hay que adquirir el original en tinta y enviarlo a Sevilla, en donde lo transcriben en braille. Alfonso asegura que un folio en tinta se termina convirtiendo en cuatro páginas en braille, por lo que un libro de 30 euros puede terminar costando el doble. "Hasta hace poco los libros en tinta teníamos que comprarlos nosotros, pero ya tenemos ayudas de la ONCE, que también costea la transcripción", advierte.

Para los exámenes el proceso es distinto. Alfonso dispone de un pequeño aparato de siete teclas semejante a un ordenador, el Braille Hablado, que cuenta con un cable de transmisión a una unidad de disquetes en donde se almacenan los datos. Una vez que terminado el examen entrega el disquete al profesor y éste imprime la prueba en tinta.

Pero como cualquier aparato informático, el Braille Hablado a veces da problemas. "El pasado año, en julio, el aparato falló y dos exámenes salieron en blanco, después de estar dos horas escribiendo, y los profesores me suspendieron, me pusieron un cero y tuve que presentarme en septiembre".

En algunos exámenes tipo test también ha tenido problemas, ya que, debido a las características de la prueba solicitó a los profesores la posibilidad de que un tutor de la ONCE se desplazara a la facultad antes del examen y pudiera pasarlo a braille, "pero algunos profesores se negaron a ello, así que tuve que hacerlos orales. Me tenían que repetir las preguntas y las respuestas varias veces."

No obstante, Alfonso siempre ha contado con la ayuda de alguien durante toda la carrera, en la que asegura que nunca ha estado solo. "Al principio la ONCE me proporcionó objetores de conciencia hasta que se acabaron, pero siempre he estado acompañado. Siempre ha existido un apoyo por parte de mis compañeros".

Las prácticas, en las que ha conseguido un 10, las ha realizado en la Audiencia Provincial de Cáceres, en Fiscalía y Magistratura. Ahora espera acabar la carrera este año, aunque está pendiente de una asignatura de cuarto. "Pero seguramente acabaré este año y me daré de alta en una bolsa de trabajo".