Apenas terminada la guerra civil, el general Franco afrontaba el reto de consolidar el nuevo régimen, que en ese momento sólo se mantenía desde el ámbito militar, ideológico y religioso. Una situación económica, agravada con el aislamiento internacional, hacía mella en la sociedad española de la posguerra. Garantizada su autoridad militar, política e institucional, Franco trazó sus grandes líneas de actuación, encaminada, entre otros frentes, a relanzar la economía o las relaciones con el resto de los países del frente aliado.

Ya a principios de los cuarenta, el general comenzó a pensar en la España posterior a Franco y en agosto de 1948, tras varias entrevistas frustradas, se reunió con Juan de Borbón en el yate Azor, frente a las costas de San Sebastián. El propósito del militar: que el hijo de Alfonso XIII rehusara a su posición antifranquista a cambio de que su primogénito Juan Carlos, que entonces tenía 10 años, fuera educado en España, en vistas a la restauración de la monarquía.

Pero las reuniones en el Palacio de Las Cabezas de Casatejada, siete y nueve años después, respectivamente, se desarrollaron en un contexto muy distinto a estas primeras tomas de contacto.

Los años cincuenta no fueron todo lo favorable que el dictador hubiera deseado. Seguía sin resolverse la inestabilidad económica y el mismo régimen mostraba síntomas de preocupación por la sucesión de Franco. Pese a que el general siempre había mostrado su repulsión a hablar de la España sin Caudillo, la perpetuación del régimen era una constante en él. Y, para ello, tenía que buscar a la persona que siguiera al pie de la letra los postulados del nacionalcatolicismo instaurados firmemente tras la contienda bélica. Este papel lo asumiría un joven Juan Carlos que, alejado de su familia, sería educado bajo los cánones del régimen autoritario.

Del interés del general por moldear a su sucesor y del interés de un demócrata por restaurar la monarquía en España nacieron las conversaciones del palacio de Las Cabezas en Cáceres, un lugar neutral donde se trazaron las líneas para la llegada de Juan Carlos I a la Jefatura del Estado.