Puestos debajo de la mesa camilla, a veces al descubierto, los braseros de picón han sido tradicionalmente el sistema de calefacción doméstica más extendido por toda España. Aunque paulatinamente habían ido siendo sustituidos por aparatos eléctricos o de gas butano, que son más limpios y fáciles de encender, su bajo coste y la crisis económica han hecho que vuelvan a muchos hogares. No solamente en zonas rurales, también en las principales ciudades de la región. Según las estimaciones de la Asociación de Consumidores de Extremadura (Acuex), en Cáceres capital, por ejemplo, su uso en viviendas ha aumentado un 50% en los últimos años.

El picón es una variedad de carbón vegetal hecho con pequeñas ramas, generalmente de encina, pero también de pino o jara. Se deposita por la mañana en el brasero, donde puede aguantar hasta entrada la noche. Para conseguir que se vaya consumiendo lentamente, una vez encendido el picón se cubre con una fina capa de ceniza, que lo resguarda del contacto con el aire. Luego, a medida que va ardiendo, la capa de ceniza se hace más gruesa, disminuyendo el calor que irradia, por lo que periódicamente se va removiendo con una badila --paleta-- que pone al descubierto algunas brasas. Durante este lento e incompleto proceso de combustión, además del dióxido de carbono (CO2), se genera también monóxido de carbono (CO), un gas inodoro, incoloro --por lo que no puede detectarse-- y altamente tóxico que, respirado en niveles elevados, puede causar la muerte.

El riesgo de estos braseros no existe si están en habitaciones abiertas y bien ventiladas y si se toman las precauciones más elementales para impedir que pueda originarse un incendio. Sin embargo, la situación es la contraria si se ponen en una estancia cerrada ya que el monóxido de carbono puede causar la muerte por envenenamiento en apenas unos minutos porque sustituye al oxígeno en la hemoglobina de la sangre. Entre las prevenciones básicas que deben tomarse está la de no cerrar por completo puertas y ventanas, sobre todo si la habitación no es grande (a mayor tamaño, es más difícil que se agote el oxígeno). También evitar que la tela que cubre los pies, el tapete, entre en contacto con el brasero y pueda causar un incendio y, por supuesto, nunca irse a dormir con él encendido.

Con todo, cada invierno se repiten las intoxicaciones y muertes en España por el uso de braseros. Además de los dos fallecidos ayer en Zalamea de la Serena, este mismo año otra persona ha perdido la vida por la mala combustión de un brasero en el municipio cacereño de Valdelacasa del Tajo, en un suceso en el que dos mujeres resultaron también intoxicadas. Pocos días antes, el 24 de diciembre pasado, tres personas resultaron heridas de diversa consideración tras inhalar el monóxido de carbono originado por un brasero en un domicilio particular en Moraleja.

Los braseros de carbón no son, en cualquier caso, los únicos sistemas de calefacción que ocasionan accidentes domésticos con la llegada del frío. Aparatos eléctricos o a gas, estufas y chimeneas también están detrás de no pocos incidentes. El invierno pasado, la Diputación de Cáceres ya puso en marcha una campaña de prevención de incendios en hogares que, aseguró entonces, se habían disparado en torno a un 40% en la provincia.

También este año ha habido ya que lamentar un suceso mortal causado por un fuego de este tipo en la región. Un anciano de 97 años años falleció el pasado día 6 en Badajoz tras resultar herido grave un día antes en el incendio de su piso. El hombre se encontraba solo y se habría quedado dormido al brasero eléctrico, por lo que no pudo reaccionar al fuego que prendió la falda de la camilla. Los policías que lo rescataron también tuvieron que ser tratados por inhalación de humo.