La realidad cotidiana resulta bastante abrumadora para el común de los mortales. Se precisa bastante talento y mucho sentido del humor para podernos construir un espacio donde funcionar con cierta comodidad. El sentido del humor es un salvavidas para desactivar las tormentas de la vida cotidiana. Inactiva pesadumbres y el tedio.

La alegría del carnaval es capaz de liberarnos de la pesadez y el aburrimiento. La alegría es el gran sentimiento, la emoción más vigorizante y confortadora. Cuando es compartida masivamente, se convierte en una mágica fuerza transfiguradora. El carnaval viene a ser como una vía libre para desactivar rencores, para mandar a paseo muchos conflictos interiores reprimidos, para ponerle unos puntos suspensivos a la rutina o a la represión o a las convenciones sociales. Es una purga.

Tiene algo de desquiciamiento, de subversión, de escisión y ruptura, participativo, rompedor, desinhibidor, ruidoso, colorista, multitudinario. Es como, si de momento, durante un tiempo, quisiéramos poner el mundo al revés. Disfrazarse tras una careta de Aznar o con las vestiduras de un obispo para bailar en la calle representa algo más que una simple burla irrespetuosa. Es hacerle un corte de mangas simbólico a la representación del poder establecido, a nuestro jefe atosigante, a las convenciones sociales, a la pasividad.

Hay para quienes, en realidad, todo el año es carnaval. No se andan con tapujos. Desconocen el sentido del ridículo. Se toman en serio dos o tres cosas, a lo sumo, pero se ríen de todas las demás incluido de ellos mismos. Para ellos, estos días representan un estallido de desorden festivo y liberador de los corsés sociales, pero poco más manifiesto de lo que acostumbran cotidianamente. En las antípodas suyas habitan otros seres humanos menos afortunados. Sólo la rutina normativa les aquieta. Cualquier innovación o cambio o alteración del orden les desestabiliza. No saben reírse de sí mismos. Son los aburridos. Tienen la seriedad del burro. La rutina y el tedio les atenaza.

Entre unos y otros, la mayoría silenciosa, los que nunca han roto un plato, dispuestos a hacerlo estos días, preparados para la gran catarsis. No estamos aburridos porque el mundo lo sea. ¡Que va! El mundo nos resulta aburrido porque así le hacemos nosotros. Amar y reír, eso es lo que importa. ¡Vamos, que no se diga!