Me recuerdo acercándome con los ojos muy abiertos a uno de los carritos de helados que en los domingos veraniegos recorrían las calles ardientes de mi ciudad natal. Era toda una delicia el conseguir un polo o un cucurucho de helado mientras la mirada atenta de mis padres me decían "uno nada más que luego de pones malo de la garganta". Un helado era una conquista no solo infantil son también de parejas de novio que antes de ir al cine de verano paseaban con un helado por cualquier calle de cualquier ciudad española de los años del desarrollismo del siglo pasado. Lejos nos queda, y ahora en estos días se han cambiado los carritos de helados por las heladerías de multicolores con escaparates y anaqueles atrayentes, que con solo contemplarlos se nos despierta el sentido del gusto y los jugos se nos agolpan en la boca.

Lejos quedan esos carritos donde solo se expendían limonada, polos, helados de vainilla o agua de cebada, mientras ahora los mostradores cristalinos de las heladerías nos ofrecen mil tipos de helados de frangüesa, chocolate, turrón, leche merengada, kiwi, fresa y otros de diferentes frutas. Hasta la cocina moderna ha lanzado su imaginación y nos ofrece una gran variedad como por ejemplo helado de tomate o de salmorejo, aunque no será raro que alguien nos ofrezca un helado de patatera o de jamón ibérico.

XEL PLACERx por los helados no nació con los carritos ni con las heladerías, el hombre ha sentido esa atracción desde los inicios de su historia. La primera referencia que se tiene proviene de hace 400 años a.C. en Persia, donde se solía elaborar una especie de pudin de arroz con hielo y se aromatizaba con azafrán. El mismo Nerón era servido con frutas trituradas mezcladas con hielo que bajaban los esclavos de las montañas próximas a Roma.

A nosotros los españoles nos ha inculcado el hacer por los sorbetes y helados la cultura musulmana, que solía elaborar en tiempos de los Califas los llamados Sherbet o sorbetes de diferentes frutas, los cuales ofrecían a todo aquel que llegaba a Medina Al-Zahara. También se cuenta que Marco Polo trajo de oriente varias elaboraciones de helados y bebidas frías que eran habituales en el país del Sol naciente. Un cambio importante se produjo en la elaboración de helados en la boda de Catalina de Medicis con Enrique II de Francia donde se ofrecieron una gran cantidad de helados fabricados con hielo y nitrato de etilo, que bajaba aún más la temperatura y mantenían más tiempo el frío. Posiblemente el siglo XVIII fue el periodo donde se produjo una gran afición por todo lo fría y a principios de este siglo Francisco de Procope abrió la primera heladería llamada "Café Procope".

Ya en el sigLo XX comenzaron a recorrer nuestras calles los vendedores ambulantes de polos con sus contenedores que estaban rodeados por un doble hueco con hilo y sal para mantener el frío de helados y polos, o los nombrados carritos de helados. Al margen de los años, aún se sigue manteniendo el placer por un buen cucurucho o una copa de helado y la mirada de un niño con la nariz y los labios manchados de helados. Pero no debemos olvidar que para los que nos autonombramos "mayores" chupar una bola de helado es retrotraernos al amamantamiento materno de nuestros primeros días de infancia. Todo un placer de gusto y tacto.