Eva lloró mucho el día que dos alumnos, durante una guardia de recreo, se mofaron de su orientación sexual y utilizaron su condición de lesbiana para insultarla. Y lloró no por «el vulgar descalificativo», que también, sino por la indiferencia de sus compañeros y el propio director del centro educativo. Porque entonces se preguntó quién defendería a su hijo de cuatro años cuando dijera que tenía dos mamás, si ni siquiera a ella la entendían.

Eva Oliva es profesora de francés y una de las personas que ayer tomó la palabra en el pleno simbólico contra el acoso escolar al colectivo LGTBI que se celebró en la Asamblea de Extremadura. Una iniciativa de la Fundación Triángulo pionera en España en la que padres, alumnos y profesores como Eva, que saben lo que es vivir en carne propia el rechazo, tomaron la palabra para contar sus historias en primera persona y clamar por una educación inclusiva y el respeto a la diversidad en las aulas. En el acto se puso también de manifiesto la necesidad de desarrollar ya ley de igualdad sexual extremeña, una de las más avanzadas del país dentro de su ámbito.

En el pleno participaron los alumnos del instituto Tamujal de Arroyo de San Serván, centro que en los últimos años ha hecho un importante trabajo en materia de diversidad. También estuvieron los representantes de la Fundación Triángulo, la Junta, la Asamblea y los partidos políticos, que escucharon testimonios como el de Eva.

En su intervención, esta profesora contó que los dos chicos que la insultaron por estar casada con otra mujer fueron expulsados del centro cuatro días, mientras que por llamar «calvo» a otro profesor, a esos mismos alumnos se les echó 15 días. De hecho, ni siquiera el director del centro consideró el descalificativo que recibió como un insulto y sus propios compañeros le pidieron «benevolencia» con los alumnos porque tenían problemas en casa.

En la tribuna, Eva pidió a los políticos «leyes que nos protejan y si están hechas ya, que se cumplan». A las familias, que eduquen en la diversidad y a los profesores, que hagan de las clases «un sitio para todos». «Como docente, creo que no es tan difícil educar desde la igualdad», afirmó. En los mismos términos se expresó Fran Amaya, también profesor. Este criticó que la atención que reciben los alumnos gais, lesbianas, transexuales o bisexuales muchas veces depende de «la sensibilidad del profesor», la complicidad de los compañeros o una familia comprensiva, y se preguntó qué ocurre cuando esto no es así. «Los centros necesitan con urgencia un protocolo», afirmó Fran, que recordó que calificativos como mariquita, sarasa o maricón están todavía presentes en las aulas extremeñas, cuando no la discriminación o «el empujón en las escaleras».

En el acto también tomó la palabra Pau, un niño transexual de 15 años que solo pidió «respeto, no un trato diferente». «Da igual la identidad sexual, todos somos personas», dijo. Su padre, Fernando Ramón, recordó que «de todos va a depender que esta lacra desaparezca».

Cristina Viciana, activista del colectivo LGTBI y lesbiana --todavía le cuesta pronunciar la palabra por las connotaciones negativas que se le atribuyen, asegura--, contó cómo durante cuatro años tuvo que inventarse que le gustaba un chico para no levantar sospechas en su instituto. Y también estuvieron Julia, de apenas dos años, y sus dos madres, quienes pusieron de manifiesto el miedo que tienen por que su hija sufra bullying por su condición de lesbianas ahora que esta palabra «se cuela en todos los telediarios».