«Trabajaba en una consultora de márketing importante en Madrid y me iba bien. Ganaba dinero, el trabajo estaba valorado pero tenía una cantidad de estrés horroroso. Era insoportable y llegó el día que exploté. Quería intentar lo que me gustaba porque siguiendo la receta clásica no era muy feliz». Por eso, un día del año 2009 Marina Conde decidió aparcar su carrera como ingeniera industrial y centrarse en su verdadera pasión: la moda. «Fue un disgusto horroroso para mis padres, entraron en tragedia pero se les pasó», recuerda.

Por aquella época esta joven extremeña, de Badajoz, alternaba el trabajo en la consultoría madrileña con un blog -El Vestidor Conde- en el que hablaba de moda, hacía fotos a los estilismos que se encontraba por la calle y publicaba tutoriales sobre cómo confeccionar tu propia ropa o personalizar determinadas prendas. Un día colgó cómo hacer una chaqueta militar, pero era muy laboriosa y sus seguidores le propusieron comprársela directamente ya hecha. «La gente me empezó a decir: ‘oye si me la haces tú y yo te la pago’ y de repente me pedían una chaqueta al mes, luego una a la semana, luego varias... y ahí fue cuando vi que había interés y creí que tendría posibilidades. Empecé a solicitar la ayuda de una modista y surgió físicamente la empresa». Aquellas primeras chaquetas no tenían ni etiqueta. «No me lo podía permitir, yo misma las quemaba con un mechero».

Con su revolucionaria etiqueta, una guillotina rosa de raso con la que critica una aristocracia rancia y decadente y que ya no pasa por sus manos, Marina triunfa hoy en el mundo que siempre le apasionó bajo la firma La Condesa. Eligió este nombre en homenaje a su madre, de apellido Conde, con quien pasaba las horas ayudando a coser ropa para ella y sus cuatro hermanos en la mesa de la cocina de su casa en Badajoz.

Famosos a sus pies

De esta forma, esas codiciadas y originales chaquetas se convirtieron poco a poco en su seña de identidad y en la prendas fetiche de celebridades de distintos ámbitos que han caído rendidos a sus pies y a su ropa. Entre ellos está el cantautor Leiva, uno de sus primeros clientes y a quien Marina ha creado el vestuario de todos sus discos. También el traje que lució en la gala de los últimos Goya en la que el artista logró una de las estatuillas. «Me hizo especial ilusión y lloré de emoción», recuerda.

El último en confiar en el talento de esta extremeña ha sido el cocinero Dabiz Muñoz. Ha diseñado y confeccionado el uniforme de todo el equipo que integra el restaurante DiverXo, con tres estrellas Michelín. «Ese proyecto ha sido un auténtico lujo, una gozada. Cristina Pedroche -su pareja- es clienta y superfan de la marca, se había puesto varias chaquetas mías y fue ella quien le propuso a Dabiz esta posibilidad. Él es muy inteligente y enseguida supo apreciar el trabajo que hay detrás de cada prenda», cuenta.

La diseñadora ingeniera

Marina estudió Ingeniería Industrial en Madrid. «En casa me impusieron que fuera a la universidad, era lógico, tenía buen expediente y hace 20 años la única alternativa para dedicarte a la moda eran las academias de corte y confección, no existían otros estudios reglados». Así que aparcó la afición por la costura que siente desde bien pequeña y se centró en la ingeniería. Tras terminar los estudios y cursar un máster trabajó durante cinco años en una importante consultora hasta que vio la oportunidad de sacarse esa «espinita clavada».

Y aunque fantaseaba con dedicarse a este mundo algún día, nunca se planteó llegar a tener la empresa que ha puesto en pie y que cuenta con doce empleados. «Pensé que sería algo para autogestionarme, como el negocio familiar que tuvieron mis padres en Badajoz, pero no que sería tan grande o al menos lo que para mí es grande. Recuerdo el pánico que sentí con las nóminas de las dos primeras empleadas que tuve, tenía caquicardias a final de mes, porque a mí me daba igual pero sus salarios eran sagrados».

«Mis chaquetas te entierran»

La Condesa, aunque diseña y confecciona todo tipo de prendas, sigue teniendo como buque insignia sus perfectas y originales chaquetas aristocráticas, artesanales, que siguen los preceptos de la sastrería más pura «pero con un toque de rock and roll», dice. «Son piezas que pasan a formar parte de la herencia de una persona. Mis chaquetas te entierran», espeta. ¿Por qué decidió centrarse en esta prenda? «Cuando empecé, diseñé una colección completa, tradicional, pero no tenía el dinero suficiente para fabricarlo todo y tuve que elegir. Al final todo el mundo empieza por las camisetas porque es lo más barato y lo más fácil, pero yo no quería entrar en competición con miles de personas y pensé en darle la vuelta: voy a empezar por lo que es más difícil de confeccionar. Si eso lo hago bien será más fácil demostrar que puedes hacer bien otras prendas. Además, en aquellos momentos nadie hacía este tipo de chaquetas». Y a día de hoy, Marina ha logrado algo por lo que las marcas matan:tener un producto que la identifique. «Es un milagro y me siento superorgullosa, aunque es verdad que todavía nos queda mucho trabajo por hacer para que la gente que solo nos conoce por las chaquetas sepa que tenemos mucho más».

En sus colecciones siempre se cuelan sus raíces pero este verano ha querido ir mucho más allá y ha dedicado a su tierra la colección completa de primavera-verano a la que ha llamado Castúa. «Estoy muy orgullosa de Extremadura, voy a menudo, y he querido hacerle un homenaje, aunque en cada colección hay pequeños guiños: un nombre, un estampado que recuerda a algún monumento, la Virgen de Guadalupe,... pero quería hacer algo más grande, reflejar esos colores que tiene el campo extremeño en verano, esos atardeceres, las flores silvestres, los cardos borriqueros,...».

Orgullosamente hecho en España

Aunque buena parte de la inspiración provenga de Extremadura, todas las prendas de Marina salen del taller que tiene en Madrid, donde diseña y confecciona el muestrario y también trabajan los encargos a medida. Allí, en la capital y alrededores se realizan todas sus creaciones, aunque le encantaría tener algún taller en Extremadura. «He intentado encontrar alguno, pero no lo consigo». Reconoce que sus artículos no son asequibles para todos los bolsillos (las chaquetas superan los 200 euros), pero es el precio que tiene que pagar por fabricar en España y apostar por lo artesanal. «Claro que me gustaría vender a todo el mundo y a precios asequibles pero eso no es compatible con pagar sueldos decentes y si tengo que elegir, prefiero dormir tranquila y no vender a todos. Se me parte el corazón, pero se me partiría muchísimo más de otro modo y mi ropa no tendría alma. No queremos quitarnos el velo de lo que hay detrás de un precio de China. Creemos que todo lo del Primark lo cosen señoras de 60 años bien pagadas, pero no. Hay que ser consecuentes».

Y así, coherente y con un espíritu inquieto y rebelde, La Condesa lleva casi una década en el mercado. Vende a través de internet y en más de 200 tiendas multimarcas de España y de una quincena de países más. Pero en las próximas semanas dará un nuevo salto: estrenará su primera tienda física propia en Madrid. «Era algo pendiente, me lo estaban pidiendo los clientes pero como supone una inversión importante no la he querido abrir hasta estar segura y ahora es el momento», asegura.

A pesar de todo, Marina hoy agradece a sus padres que la insistieran para estudiar una ingeniería, «porque al final saber de números me ha venido muy bien», dice. Pero eso es solo una mínima parte de sus éxitos como diseñadora y emprendedora. Su capacidad de trabajo y «algún golpe de suerte provocado seguramente por mi misma» en esa constante búsqueda de oportunidades en el mundo con el que soñaba son los ingredientes que dan larga vida a Marina Conde y a la condesa que lleva dentro.