Antes de que se decretara el estado de alarma en el consultorio de Aldeanueva de la Vera ya pusieron en marcha medidas frente al coronavirus. «Implantamos las consultas telefónicas dos días antes del estado de alarma y varias semanas antes ya habíamos impuesto medidas de distancia social mínima de un metro en la consulta y sala de espera para tratar de prevenir contagios», cuenta Alejandro Ramírez, uno de los dos médicos de familia que hay en el consultorio del pueblo, con unos 2.000 vecinos. Aún no se habían establecido esos protocolos, pero decidieron anticiparse por los datos preocupantes que empezaban a darse en otras comunidades como Madrid o País Vasco, donde viven muchos emigrantes con segundas residencias en la zona. De hecho, a esas alturas ya se estaba produciendo un goteo de llegadas atípico para las fechas.

«Decidimos anticiparnos por temor a lo que podía venir», reconoce Ramírez. Porque el 70% de la población a la que atienden tiene más de 70 años y muchos de ellos superan los 90. Son pacientes con pluripatologías que hay que vigilar de cerca (hipertensión, colesterol, diabetes, deterioro cognitivo, demencias, párkinson…) pero también minimizando cualquier posibilidad contagio. Y el teléfono se impuso.

Alejandro Ramírez, médico rural en Aldeanueva de la Vera. / EL PERIÓDICO

«Nos hemos adaptado a otra forma de trabajar pero la carga es la misma», cuenta el médico. De hecho, aunque hace ya casi un mes que se suprimieron los controles rutinarios de tensión o glucemia, las analíticas y todas las consultas presenciales, en general, el ritmo de trabajo se mantiene. «En lo que va de mañana he visitado a un paciente, he visto a otros tres en la consulta y he atendido otras 45 por teléfono», dice. Y son poco más de las 12.00 en el momento de la entrevista.

Crónicos

La mayoría de las consultas diarias que atiende son de patologías crónicas que precisan control. También algunas están relacionadas con el coronavirus porque la Atención Primaria es la que se ocupa de los casos que no presentan sintomatología grave y se confinan en los domicilios. Los consultorios y los centros de salud son el primer recurso y los sanitarios de Atención Primaria el primer filtro para prevenir el colapso en los hospitales. «Nuestra labor es hacer el cribaje, controlar a los pacientes con el fin de que solo lleguen los que realmente precisan ingreso porque sabemos que allí están saturados», reconoce el facultativo, con muchos años de experiencia en la medicina rural.

Y a pesar de los temores iniciales o precisamente por las medidas preventivas que adoptaron, en este consultorio han monitorizado solo dos casos positivos y varios sospechosos hasta el momento. Con todos han mantenido el protocolo ordinario de seguir de forma telefónica su evolución o de forma presencial si se intensificaban los síntomas. «Pero con muy pocos medios», lamenta el doctor. Apenas tenían mascarillas no los trajes de protección no han llegado hasta esta semana. Es la queja generalizada de todo el personal sanitario.

Si algo define al entorno rural extremeño es el envejecimiento de su población, ahondado por la pérdida de los más jóvenes, que buscan oportunidades en núcleos más grandes. Pero cuando la presión de la pandemia comenzó a ahogar a ciudades como Madrid y se tomaron medidas extraordinarias, la conocida como España Vaciada también empezó a llenarse: según los datos del SES, entre el 15 de marzo y el 5 de abril, se han recibido 810 solicitudes de tarjeta de desplazados, casi la mitad, procedentes de Madrid.

«Aquí nos conocemos todos», afirma Ramírez. Por eso cuando alguien nuevo llega todos lo saben. Desde el punto de vista del ejercicio de la medicina, ese aspecto, se ha convertido además en un elemento de gran valor en estos días por la información que les aporta a los médicos en un momento en el que se ven obligados a ir más a ciegas por los protocolos de seguridad. La consulta telefónica les ha privado de algo que todo médico considera esencial para el diagnóstico, lo que llaman ‘la clínica’: ver al enfermo, palpar el problema…

Enrique Gavilán, médico rural en Mirabel. / EL PERIÓDICO

Todos coinciden en que echan eso en falta, pero también en que su condición de médicos rurales les permite tener mucha información sobre sus pacientes: «es una información muy valiosa, porque cuando llama cualquier vecino y te cuenta, tú ya sabes ponerlo en contexto, porque conoces su historia y sus circunstancias. Cuando los llamo yo, sé quién es el hijo y el nieto», reconoce Ana Arroyo de la Rosa, médico en el consultorio de Villagonzalo desde hace siete años y vicepresidenta de la Sociedad Española de Medicina de Familia y Comunitaria.

«Como los conoces a todos, también sabes que si te llama un paciente que habitualmente no se queja y te dice que tiene fiebre o dolor en el pecho, hay que coger el EPI y verlo», dice Enrique Gavilán, médico en el consultorio de Mirabel. En este pueblo no han tenido casos graves diagnosticados y los que han presentado sintomatología sospechosa se han mantenido en aislamiento domiciliario con un seguimiento por parte del centro de salud.

«En los casos leves lo más complicado en muchas ocasiones es gestionar sus emociones. Porque te llaman pacientes con angustia por la sensación de aislamiento, con miedo o incertidumbre… es muy extraño porque tienes que hacer por teléfono algo que estás acostumbrado a hacer con el paciente delante», dice. Su mayor temor era que pudiera llegar a producirse un brote en la residencia de ancianos del pueblo, en la que hay 45 mayores. Por eso han extremado las precauciones con cada visita para prestarles atención. De momento no hay casos allí.

Menos y más graves

Los servicios de Urgencias han detectado un descenso de las consultas del 40% en las últimas semanas. La cifra es extensible a las que manejan en el caso de las consultas rurales y tampoco es algo positivo, según alertan. «Es cierto que teníamos a la gente acostumbrada a consultar cualquier nimiedad y eso ha cambiado, pero también nos estamos encontrando con casos más graves ahora», advierte Ana Arroyo. Porque las patologías agudas se siguen produciendo en la misma proporción (hay caídas, infartos, subidas o bajadas de azúcar...) y muchas personas están retrasando la llegada a los consultorios por temor a contagios o por no abusar de los recursos en este momento. «Nos obliga a estar más atentos porque nos estamos encontrando con problemas muy avanzados».

Junto a eso, pone en valor lo que califica como el ‘segundo apellido’ de su especialidad (Comunitaria) para ocuparse de los pacientes en una situación más vulnerable. «Hemos hecho un listado especial con personas que requieren de un seguimiento más estrecho, porque hay que estar más pendientes de ellos, están solos y en muchos casos no oyen, no ven bien y es imposible atenderlos por teléfono», cuenta. Así que se organiza para verlos al menos una vez a la semana en sus casas. «Se sienten asustados con todo esto. Así que también hay que informarles, darles datos, pero sin asustarles», dice. Y los equipos de los consultorios como el suyo son el primer recurso: «Muchos limitan ahora llamarnos. Pero solo el hecho de que mi enfermera y yo estemos, ya les da seguridad», reivindica la doctora. Con todo eso, el ritmo en la consulta no se ha aminorado en absoluto: «hoy he hecho 52 registros entre visitas a domicilios, consultas telefónicas, partes...», también de coronavirus.

50 positivos

Desde su consultorio no se realizan las pruebas a los casos sospechosos porque en el área de Mérida, de la que dependen, hay un equipo dedicado a ello. Pero sí le corresponde el tratamiento de todos los positivos que se mantienen en aislamiento en sus casas. Y no han faltado. Desde que se detectó el primer caso en la zona el 4 de marzo, han seguido la evolución de medio centenar. «Nosotros somos la infantería y hemos trabajado desde el principio para ser el primer muro de contención frente al coronavirus, para abordar el 80% de los casos y que solo acaben en los hospitales el 20% restante, que son los casos más graves». Por eso también aquí se saborean las pequeñas victorias, aun a riesgo de que sean pasajeras: «no tengo casos nuevos desde el 1 de abril», anota.

«Limpiamos con lejía los equipos de protección»

La falta de medios que han denunciado desde el inicio en el los hospitales es extensible también a la ‘infantería’ de la batalla del coronavirus. En los consultorios la falta de medios ha sido igualmente notable y la necesidad de improvisar soluciones una máxima diaria: «hemos tenido que reutilizar material de protección. Lavábamos con lejía los EPIs de plástico para desinfectarlos después de utilizarlos porque los necesitábamos de nuevo al día siguiente», cuenta Ana Arroyo, médico de Villagonzalo.

Lamenta que la Atención Primaria sea tradicionalmente «la gran invisible», a pesar de la labor esencial que lleva a cabo, especialmente en regiones dispersas como Extremadura. «Somos el primer recurso en zonas en las que hay mucha gente mayor.

«Como no hemos tenido que tomar muestras de posibles positivos (el momento de más riesgo de contagio), aún tenemos un EPI de máxima protección para mi enfermera y otro para mí. Pero las mascarillas y los geles nos han llegado con cuentagotas», lamenta Enrique Gavilán.

En Aldeanueva de la Vera la situación tampoco ha estado exenta de precariedad: «los EPIs nos han llegado esta semana, no teníamos mascarillas para los pacientes, no había geles. Hemos tenido muy pocos medios, así que tratas de resolverlo todo por teléfono. Pero no siempre es posible», relata Alejandro Ramírez sobre la falta de recursos también en Atención Primaria.