Matrimonios de conveniencia, alianzas familiares, conflictos entre facciones, corrupción, intereses con la Iglesia... La cosa nostra ya existía en las zonas rurales extremeñas en los siglos XVII y XVIII, según descubre un libro editado por la Uex, que indaga en las artimañas políticas y sociales que utilizaba la oligarquía extremeña para conservar o hacerse con el poder en los pequeños municipios, y que aporta nuevos datos de cómo era la vida en el mundo rural.

Alfonso Gil, autor de Deudos, parciales y consortes , analiza los comportamientos y las estrategias utilizadas por los poderosos en los núcleos rurales en una época en la que la familia era un elemento fundamental para mantenerse en el poder, a fin de conservar su preminencia política y social a lo largo de las generaciones

LAS ESTRATEGIAS

A través del estudio de una serie de familias de la Baja Extremadura, Gil descubre unos comportamientos en los que primaba siempre la endogamia de grupo, es decir, los labradores enriquecidos se casaban con labradores enriquecidos y la baja nobleza se casaba con miembros de la baja nobleza. Estrategias matrimoniales en las que también se incluían enlaces entre miembros de la misma familia, lo que permitía crear una red social de parientes y de parciales que originaron una serie de facciones políticas en los núcleos rurales.

Todo esto llevó, según Gil, a graves enfrentamientos por la obtención del poder municipal, ya que ello conllevaba grandes beneficios. Las familias luchaban primero por controlar el sistema judicial local y acceder a los recursos del concejo (bienes comunales, control sobre la toma de decisiones en los repartos de impuestos, de tierras...), que les permitía mantenerse en el poder y poder someter al resto de la población.

En aquellas fechas era muy frecuente la corrupción política para procurar que los parientes y afines consiguieran el mayor número de cargos relevantes, situación que reportaba un beneficio económico y social, "y eso que las leyes no permitían que una sola familia ocupara los cargos de un ayuntamiento, pero se hacía", asegura Gil.

Para el autor, los hijos eran meras piezas de ajedrez de un juego con el que los padres conseguían hacer realidad sus sueños: ser poderosos. Así, incluso en el matrimonio no se dejaba nada al azar, porque de una buena política matrimonial dependía que se pudieran cumplir los objetivos.

Además, siempre que podían, las familias fundaban mayorazgos y dedicaban algunos de los hijos al sacerdocio. En lugares en los que la dote del matrimonio era cara, lo que se hacía era ingresar alguna hija en el convento.

Para Gil, salvando distancias, el caciquismo tuvo su orígen en muchos comportamientos de estas oligarquías.