Elena Piedehierro está acostumbrada a incidencias en el tren entre Extremadura y Madrid porque desde hace cuatro años trabaja en la capital y hace con cierta frecuencia el trayecto entre Madrid y Montijo. «En varias ocasiones me he visto afectada por retrasos de 20 minutos, pero cuando llegas a casa se te olvida y se te pasa la rabia del momento», reconoce. Pero las 11 horas que tardó en llegar a casa el día 1 de enero de 2019 y la odisea en la que se convirtió el viaje, cree que no lo olvidará tan fácilmente y estudia reclamar a Renfe no solo la devolución del billete sino también lo que le costó el taxi que tuvo que coger ya en Madrid, porque cuando llegaron, de madrugada, el metro estaba cerrado.

«Yo me lo voy a pensar mucho antes de volver a coger otro tren», reconocía ayer al otro lado del teléfono después de haber dormido solo dos horas antes de irse a trabajar. «Pero en el fondo lo que me parece más triste no es que los extremeños tengamos que vivir estos problemas con el tren, sino que mucha gente no venga a Extremadura por no tener que afrontar esa situación, que sea un freno para el turismo», añadía.

La odisea de esta joven, que trabaja como pedagoga en una consultoría en Madrid, se inició a las 17.40 horas del 1 de enero en Montijo y terminó pasadas las 4.30 horas del día 2 de enero, cuando un taxi la dejó en la puerta de su casa en Madrid.

Primero el tren se paró en Mérida durante una hora. «Nos cambiaron a otro tren bastante peor y seguimos», recuerda. Continuaron el viaje y tras recoger a los viajeros de la estación de Navalmoral de la Mata, otro parón y un apagón que les dejó durante una hora inmovilizados y a oscuras. «Aparentemente lo arreglaron porque el tren arrancó y continuó durante tres o cuatro kilómetros, pero de nuevo se volvió a parar en mitad del campo, se apagaron las luces y comenzó lo más angustioso», recuerda. «Te ves en mitad del campo, a oscuras y con frío, porque abrieron las puertas porque había gente que tenía problemas de ansiedad y con claustrofobia, pero después de tanto tiempo parados así, dentro del tren estábamos congelados», explica esta pasajera que considera que la gestión que se hizo del problema «no fue buena».

«No nos informaban de nada, quiero creer que era porque ni el revisor ni el maquinista tenían información muy clara de sus superiores. Pero el resultado es que la información nos la íbamos repartiendo los propios viajeros, contándonos lo que sabíamos de un vagón a otro», dice. Todo eso contribuyó a que los nervios se fueran crispando entre los propios usuarios, que se reprochaban haber continuado con el viaje después del primer parón en Navalmoral. «Para colmo una señora se cayó en medio de la oscuridad y tuvieron que atenderla en una ambulancia; y alguien activó la palanca de emergencia y eso había activado los frenos y provocó que fuera más complicado remolcar el tren hasta la estación cuando por fin llegó el convoy que enviaron desde Talavera», recuerda Elena Piedehierro sobre la concatenación de problemas que se vivieron en las tres horas que estuvieron parados en un descampado.

Cuando por fin regresaron a Navalmoral, ya estaban esperándolos los tres autobuses que se habilitaron para trasladar a los pasajeros que tenían el billete hasta Madrid. «Llegamos a las tres y media de la madrugada, pero como ya no había metro, aún tardé una hora en poder coger un taxi y llegar a mi casa. Ha sido todo surrealista», afirma esta usuaria. r. cantero