Menos explotada hasta la fecha por el cine y la literatura, la teletransportación constituye, junto al viaje en el tiempo, la invisibilidad y la telepatía, uno de los horizontes más subyugantes de la ficción de raíz fantástica. La opción de hacer ¡chas! y aparecer a tu lado abre caminos insondables. La idea, adaptada a un mundo globalizado como el actual, inmerso en la cultura del videojuego, dispara aún más las posibilidades. A rebañarlas todas aspira Jumper, cinta que empieza viéndose como una película fantástica, cabalga durante minutos sobre el cine de aventuras de inspiración adolescente y termina lanzada sin remedio sobre el género de acción. Un quinceañero de familia desestructurada descubre que es capaz de saltar de escenario con un parpadeo. Ocho años después, el fabuloso poder que le ha procurado una vida de ensueño, brincando de postal en postal turística (ahora tomo el sol en las pirámides, ahora hago surf en el Pacífico, y en este plan), lanza de repente al ahora veinteañero protagonista (Hayden Christensen) a una loca carrera para huir de los malos que porfían contra su don (Samuel L. Jackson), fuga en la que descubrirá que no es el único capaz de dar tamaños saltos. Basada en la novela homónima de Steven Gould, la mano de Doug Liman en la dirección (autor de la estupenda El caso Bourne, primera de la saga, y Sr. y Sra. Smith ), garantiza una factura que no decepciona al más exigente devorador de cine de entretenimiento. Otra cosa es la sensación que queda a la salida de la sala. Tanto salto de pantalla deja al espectador menos habituado a la virtualidad con una duda: ¿vengo de ver una película o una exhibición de la Playstation 10?