Cuando socios de Adana Badajoz lo rescataron hace una semana, llevaba ya varios días malviviendo en una gasolinera de Gévora, cerca de Badajoz. Era un galgo de unos cinco o seis años, famélico y con anemia, que tenía las falanges de los dedos de sus patas traseras completamente al aire, descarnadas. Costó cogerlo por el pánico que tenía, y su estado era tan lamentable que el veterinario que lo atendió valoró la posibilidad de aplicarle la eutanasia. Finalmente, se apostó por sus no muchas posibilidades de salir adelante y los cuidados veterinarios hicieron el resto. Contra pronóstico, 48 horas después sus patas habían suturado bien y, a día de hoy, Meisie, el nuevo nombre —quizás el primero— que ha recibido, sigue recuperándose en una casa de acogida.

Entre el 2015 y el 2016, el Seprona contabilizó en la región 45 delitos como este, por maltrato o abandono de animales domésticos, e investigó por ellos a 31 personas. Además, en estos dos años este servicio especializado en protección de la naturaleza de la Guardia Civil tuvo constancia de 1.384 infracciones administrativas, relacionadas con aspectos como el transporte inadecuado, las condiciones higiénico-sanitarias o la falta de identificación de los animales.

Para María Manglano, presidenta de la Asociación en Defensa de los Animales (Adana) Badajoz, estos datos apenas si muestran una pequeña parte de una realidad que es mucho más cruel. «El problema es que en Extremadura, y en España en general, no hay conciencia de denunciar estos delitos», apunta. A esto se suma, agrega, que quienes los cometen «suelen ser personas peligrosas» lo que hace que la gente tenga «muchísimo miedo a la hora de denunciar».

«Hace falta que se denuncie más. Que la gente pierda el miedo y se implique en mayor medida», coincide Virginia Iniesta, vicepresidenta de la Asociación de Veterinarios Abolicionistas de la Tauromaquia y del Maltrato Animal (Avatma), para quien también es clave a la hora de combatir estas infracciones y delitos «que realmente haya sanciones para quienes los cometen».

En contenedores y pozos

Cada año Adana Badajoz rescata a un centenar de perros dejados a su suerte. «Con todos se pone denuncia. Cualquier ciudadano tiene obligación de denunciar un delito. Y el abandono, lo es», resalta Manglano. Sin embargo, esto no suele ser lo habitual. «Hay muchísimas personas», explica, que adoptan perros y gatos tras rescatarlos de un contenedor o de un pozo, pero «de los particulares un 99% no lo denuncia y de las protectoras muy poquitas. Te dicen que para qué van a hacerlo si no se sabe quién ha sido... pues por lo mismo que se denuncia cuando te roban el bolso aunque tampoco lo sepas».

Cuando se localizan animales abandonados o maltratados la situación varía sustancialmente dependiendo de si tienen o no chip. En este último caso, las denuncias están casi abocadas a su archivo al no poderse identificar al dueño. «El 90% de los perros del campo no están microchipados [en todos los canes es obligatorio]. Lo tienen atado a una cadena para que ladre y, cuando ya no les sirve, le pegan cuatro palos en la cabeza y lo tiran a un contenedor», lamenta esta veterinaria.

Que esté correctamente identificado tampoco es garantía siempre de que acabe habiendo sanción, ya que pueden recurrir a la excusa de que se le ha perdido. «Es obligatorio denunciar la pérdida o robo de tu perro antes de las 48 horas. ¿Qué diferencia hay entre que yo abandone un perro o se me pierda?, pues la denuncia», argumenta, a la vez que recuerda situaciones en las que la protectoras se han visto obligadas a devolver «galgos hechos polvo» a sus dueños porque estos dicen que se les han perdido, aunque no tengan la denuncia puesta. Es lo que intentó hacer a mediados del año pasado un vecino de Villafranca de los Barros: evitar que le investigaran por un delito de maltrato animal denunciando el robo de sus cuatro cachorros, que habían sido hallados en estado de abandono, desnutridos y con parasitosis internas y externas. El problema es que la Guardia Civil comprobó que la denuncia había sido presentada un mes después de encontrar a los animales por lo que fue investigado por los delitos de maltrato animal y denuncia falsa.

Solo entre cachorros de gatos y perros en contenedores, esta protectora localiza unos cuarenta al año. Gracias a casas de acogida temporales —no tienen refugio—, atiende estas urgencias que son financiadas con las aportaciones de los socios y donativos particulares. «Las asociaciones estamos haciendo una labor que tiene que hacer la administración», critica Manglano.

En ocasiones, los animales han sido objeto de violencia extrema: aparecen con el cuello rajado, cosidos a navajazos o dados por muertos, unas veces tras ser molidos a palos, otras tras colgarlos de un árbol. Aunque lo más habitual son perros y gatos, no son las únicas víctimas de estas prácticas. A inicios del pasado año, la Guardia Civil tuvo que intervenir después de que se localizase una mula agonizando en una cuneta cerca de Pueblonuevo del Guadiana. Los cicloturistas que la encontraron —una de los cuales se hizo cargo del animal— contaron cómo la habían llevado enganchada primero con un todoterreno. Tras reventarla del esfuerzo, su presunto dueño la emprendió a golpes con ella y, finalmente, las arrastró por el asfalto. «De la mayor parte de las cosas que suceden ni te enteras», resalta la presidenta de Adana que incide en que «está totalmente demostrado que la violencia con los animales está relacionada con la violencia interpersonal». «A quien es capaz de coger un cachorro y ahorcarlo con sus propias manos, quién querría tenerlo cerca de sus hijos», apostilla.