A sus 22 años, Argeme Fernández (Coria) ha vivido todas las fases de la enfermedad renal. Se la diagnosticaron cuando no había cumplido aún el año y pasó su infancia entre pruebas, consultas y diálisis. «Fue una infancia diferente. Sabía que tenía que conectarme a la máquina de diálisis a determinada hora para estar lista para ir al colegio, tenía que pesar cada comida, medir los líquidos que tomaba... y todo eso me limitaba», recuerda. Hace 12 años le practicaron un trasplante y eso supuso para ella empezar «una vida normal, con un par de pastillas al día» y controles médicos que se fueron espaciando y ahora son cada cuatro meses en Madrid. Pero es consciente de que la enfermedad está, aunque ella no lo vea. «Tengo un riñón ‘prestado’ y si esto falla volveré a empezar en la enfermedad», dice.