Suenan tangos de Triana en la voz de Miguel Poveda. Él se sienta a su lado y le toca las palmas. Ella empieza a seguirle el compás. Taconea suavemente, hasta que se agarra la camisola como si fuera una falda flamenca y se levanta de su silla de ruedas. Entonces mueve las manos y por segundos se siente bailaora. Su cara se ilumina.

Él es Paco Mora, ha recorrido escenarios de medio mundo y ahora ejerce de profesor de baile y terapeuta. Y ella es Carmen, su madre, 87 años, enferma de alzhéimer. Paco es también su cuidador.

Carmen tiene una prótesis en la cadera porque se la fracturó y parálisis muscular en el brazo izquierdo, pero eso no le impide tocar las palmas; una mano abierta, la otra con el puño cerrado. A veces también se arranca a cantar con alguna letra que medio recuerda, medio mezcla con otra.

La escena tiene lugar en una sala multiusos de la residencia de mayores de Badajoz (en DomusVi), donde Paco imparte un innovador taller de flamenco y copla para enfermos de alzhéimer y otras demencias. Lleva más de un año con este proyecto al que ha bautizado como Flamenco para Recordar, Coplas de un Recuerdo, y con el que lucha contra la desmemoria. Dos días a la semana tiene a casi una veintena de alumnos en clase (entre ellos su madre) a los que siempre consigue motivar. Están divididos en dos grupos según haya avanzado la enfermedad. Las sesiones duran unos 45 minutos, «pero a veces nos vamos a una hora cuarto y ni se quejan», dice el profesor.

Una receta de cocina

Una receta de cocinaY explica: «A través de la copla trabajamos la estimulación cognitiva y logramos llegar a emociones, a momentos que ellos han vivido. Con alguna letra hemos sacado, por ejemplo, una receta de cocina o el recuerdo de algún viaje que han hecho», cuenta. «El flamenco -continúa- sirve para la estimulación física. Se consigue que haya mucha más atención que en una terapia habitual de fisioterapia, porque se les motiva a través del compás, del ritmo, así intentamos evitar el anquilosamiento de las articulaciones».

Malagueño afincado en Extremadura (vive en Badajoz), se lanzó con esta iniciativa tras cuatro años de experiencia como único cuidador de su madre.

Empezó a formarse en el terreno sociosanitario con cursos, ponencias y, sobre todo, mucha lectura. Y unió ese nuevo bagaje a su trayectoria profesional para darle vida a este proyecto siguiendo una filosofía clara: «Está más que demostrada la importancia de la musicoterapia en la evolución cognitiva. Y el flamenco y la canción española son el camino perfecto para la ebullición en las emociones».

Cuando a Carmen le diagnosticaron alzhéimer la vida de su hijo cambió para siempre. Si ya se había retirado de los escenarios para cuidarla, en ese momento supo que nada iba a ser igual. Él resume así la enfermedad y su papel de cuidador: «Necesita la misma atención que un bebé, casi las 24 horas del día, pero en este caso no hay recompensa porque sólo se camina hacia atrás».

La otra vida

La otra vidaLejos queda su otra vida artística (como ejemplos, ha protagonizado dos películas de Carlos Saura, Salomé e Iberia, ha dirigido la Bienal malagueña, ha bailado en Colombia, Toronto México..., donde también ha impartido conferencias). Ahora vive la profesión desde sus clases en la residencia de mayores (muchas veces sentado en una silla) y logra que sus alumnos sientan emociones, que muevan las manos («brazo derecho, brazo izquierdo, así, muy bien», les anima), y, a veces, que hasta taconeen («dos golpes derecho, dos golpes izquierdo, repetimos», se escucha en el aula).

Y Carmen, alumna aventajada, mira a su hijo con pasión (aunque a veces no recuerde quién es) y no pierde la oportunidad de tocar las palmas (con su puño cerrado). Él se desvive para que su madre se arranque a bailar. Flamenco y alzhéimer se cogen de la mano.