Para algunos es la mejor pianista. Para todos es una maravillosa pianista. Para ella es sólo María Joao Pires y detesta que la comparen, que la ensalcen, que la divinicen. Su máxima es hacer las cosas grandes y pequeñas de la mejor manera posible y sin que ello signifique que las tiene que hacer mejor que nadie.

La Pires vive desde 1999 a 60 kilómetros de la frontera española de Piedras Albas, en una quinta levantada junto a un río, en un valle perdido, rodeada de olivos, de pianos, de artistas, de tinajas, de cachivaches antiguos de madera... Fue ese año cuando sorprendió al mundo y decidió retirarse temporalmente de los escenarios. Buscó un lugar parecido al paraíso y lo encontró a hora y media de Cáceres, junto a Castelo Branco.

En Belgais ha levantado un conjunto de patios y viviendas bajas de estilo tradicional donde se recluyen artistas, donde se celebran conciertos y convivencias, donde ensaya un coro de niños de las aldeas vecinas, donde va tomando forma el proyecto pedagógico y musical de María Joao Pires.

No le gusta recibir a los periodistas ni conceder entrevistas, pero tampoco es la mujer introvertida y distante que aparece en algunos retratos escritos, sino una dama frágil, encantadora y sonriente que te invita a café con galletas digestivas, que te lleva al club de Belgais, una sala colmada de sofás, que te regala una sonata de Beethoven en la soledad de un antiguo establo que hoy es un auditorio exclusivo.

Que María Joao Pires toque el piano sólo para ti y su fotógrafo es un privilegio celestial que te coloca en una de esas situaciones extáticas en las que uno siente que la vida le mima demasiado. Después, retorna el silencio al olivar portugués y el espejo de la alberca vuelve a enseñorearse del crepúsculo.

Pasa una muchacha hermosa que crea, un efebo lánguido que cultiva el huerto, unos niños que cantan melodías con hilos finísimos de voz y la Pires te señala un sillón, ella se acomoda graciosa sobre un taburete, a tus pies, se apoya en una mesa de madera y te cuenta su vida y su utopía en un portugués sedoso, frutal e ilusionado.

BUSCANDO UN RIO

¿Por qué Belgais?

-- Fue una casualidad. Buscábamos un lugar que tuviera un río, aislado, rodeado de paz y sosiego porque además del proyecto pedagógico, teníamos en la mente llevar adelante un proyecto ambiental.

Tengo entendido que al llegar a esta región de la Beira Baixa descubrió usted que las gentes tenían unas voces muy especiales.

-- Es algo genético y que aún no está investigado, pero en esta zona las gentes tienen una especial capacidad vocal desde siempre. Los profesores de canto del coro infantil se quedaron admirados al escuchar la calidad de las voces buenas que hay aquí. No son voces inicialmente afinadas, sino voces con mucha potencia. Sucede algo parecido en el País Vasco, los vascos tienen voces parecidas a las de los habitantes de esta región.

Ya lleva usted casi cuatro años con este proyecto, viviendo en el campo excepto cuando tiene que viajar a los conciertos. ¿Cómo ha influido Belgais en su vida personal?

-- El ambiente de trabajo es diferente, no se trabaja por tener un empleo, sino por tener un proyecto vital. Es un ambiente muy especial el de esta casa.

En Extremadura y en algunas revistas especializadas en música clásica se comenta que tiene usted en proyecto crear otro Belgais en la provincia de Cáceres, en una zona cercana a la frontera.

-- En estos días no parece que consiga sacar tiempo de ningún lado para ese tipo de proyectos. Estoy también pensando hacer algo parecido en países de habla portuguesa y, efectivamente, también he pensado en hacer algo en Extremadura, pero no puedo decir nada por ahora porque estoy muy ocupada en resolver los cientos de problemas que tengo aquí. Estamos en un momento de mudanza. Belgais necesita una solidificación y una consolidación antes de hablar de hacer algo en Extremadura.