La conciliación es cosa de padres y también de hijos, y en ocasiones por partida doble. El cierre de los centros de día ha obligado a muchas familias a reorganizar a marchas forzadas la vida para atender en condiciones de confinamiento a sus mayores con voluntad y pocos medios lo que ha acabado por desbordar a muchos. «El servicio de atención psicológica recibe llamadas cada día y algunos vienen también y se desahogan», reconoce Alba Huero, directora de la Asociación Extremeña de Familiares de Personas con Alzheimer y otras enfermedades afines Nuestra Señora De Guadalupe (AFAEX).

El colectivo gestiona un centro de día en Badajoz que permitía descargar a las familias de la atención a los enfermos, especialmente en los casos más graves. Pero el centro cerró hace dos meses y la situación empieza a ser complicada en muchas familias.

Lo que les trasladan en muchos casos es que están desbordados por la situación sobre todo en el caso de alzhéimer avanzado, en los que el confinamiento y la falte de estimulación les ha acentuado el retroceso. Junto a eso, el habitual ‘síndrome del cuidador’, que afecta al familiar que se ocupa de forma más estrecha del enfermo, ahora también afecta a todos los demás que están participando en los cuidados.

«Esto es insostenible»

«Esto es insostenible»Esa angustia es la que tienen en la familia de Fátima Retamar. Su padre, de 87 años, tiene alzhéimer desde el 2006 y ya está en una fase muy evolucionada, lo que con el confinamiento se ha traducido en agresividad. Cuando accedieron a la ayuda estatal por su situación de dependencia, optaron por destinarla a pagar una plaza en un centro de día para dar un respiro a la madre de la familia, que tiene 85 años. Los fines de semana se organizaban los hijos para cuidarle.

Pero con el cierre de este servicio la anciana ha vuelto a asumir la condición de cuidadora principal de nuevo y a los seis hijos en colaboradores en la medida en la que sus trabajos lo permiten. «Es una situación insostenible. Mi padre es completamente dependiente y nosotros ayudamos en la medida que podemos, pero ni tenemos la experiencia, ni tenemos medios para atenderles» se queja. Y la situación empieza a hacer mella en todos: «mi madre tiene una depresión tremenda. No puede más. Y nosotros estamos con ansiedad porque estás trabajando pero estás preocupada porque hay momentos en los que están solos y no pueden. Ya se han caído dos veces», dice la hija. Por eso pide al SEPAD que les permita destinar la ayuda con la que financiaban su plaza en el centro de día a pagar a una persona que pueda atender a su padre. «Ni tenemos la plaza ni tenemos la ayuda ahora», se queja.