Vino al mundo en la primavera de 1916. Fue un año bisiesto, como este 2020. Un 3 de abril, en medio de la primera guerra mundial, nació María García Sobrado en el municipio cacereño de Portaje. Y allí, hace unos días cumplía los 104 años de vida, esta vez, en plena pandemia de coronavirus. «Dicen que hay un bicho malo que vino de China, que no se ve y no se puede salir de casa. No puedo ir a mi huerto, ni tampoco puede venir nadie a verme. Es la primera vez en todos los años que tengo que conozco esto», cuenta al otro lado del teléfono -«ya me gustaría a mi poder contártelo en persona»-. Ella no lo recuerda, pero no es la primera pandemia que conoce. Apenas tenía dos años cuando la gripe española sesgó la vida de más de 300.000 personas en España y de millones en todo el mundo.

Ahora vive tranquila en la residencia de mayores de la localidad, confinada, pero no aislada porque allí dentro la vida sigue con aparente normalidad. «Afortunadamente no tenemos casos y continúan con su vida», cuenta una de las trabajadoras.

A sus 104 años recién cumplidos dice que no hay otro secreto para tener una vida tan larga como la suya que no sea el trabajo. «Yo he trabajado muchísimo, entre otras cosas, en el carbón y el picón, será por eso», relata un poco apenada porque se ha quedado sin fiesta de cumpleaños fuera de la residencia. «Es una pena, cuando cumplí los 100 años hice un convite en mi huerto. Mi hija Merche hizo floretas y coquillos para todo el pueblo y este año no ha podido ser. Pero ya lo celebraremos cuando nos dejen salir», afirma. No piensa renunciar al festejo. Quizás no fue la fiesta que deseaba, pero el viernes sí tuvo un cumpleaños especial. «Me llamaron mis hijos y mis nietos y los pude ver a todos en una pantalla».

Los echa mucho de menos, aunque afirma que está «agustísimo» en la residencia, donde vive desde hace cinco años. Tiene cinco hijos, «todos vivos por suerte», pero el número de nietos y biznietos es ya más difícil de retener en su longevo cerebro. Tiene 11 nietos y diez biznietos más otro que viene de camino. «Uno ha nacido en China y el año pasado le hice un jersey de ganchillo más bonito», cuenta. Su memoria reciente le falla a veces, pero la lejana la guarda bajo llave. «Yo creo que nunca he vivido nada como esto», asegura, aunque rápido rememora lo mal que se vivía en 1940. «Fue peor. Ese año no se me olvida a mí. Fue un año muy malo. No había nada para comer. Gracias a que tenía una tía que me quería mucho y me llevó con ella. Me dijo que no iba a pasar hambre aunque vinieran tres guerras. El año 40 fue una cosa más seria, no había para comprar nada y lo poco que había valía mucho. Un pan costaba 15 pesetas y solo ganaba nueve reales. Teníamos que juntarnos tres o cuatro para comer un poco de pan».

Salió delante de aquella dura posguerra, se casó y tuvo cinco hijos. Luego la familia decidió emigrar a Oñate (Guipúzcoa), donde vivía uno de sus hermanos «porque aquí no había para comer». Allí pasó cerca de 40 años y trabajó «dando horas en una casa», su marido en la construcción, hasta que regresaron a su querida Extremadura.

A pesar de su avanzada edad, la salud todavía le acompaña. Confiesa que no ve mucho la televisión e intenta no estar parada. «No puedo dejar de andar, aunque ahora paseo menos, y me gusta mucho hacer ganchillo. El año pasado hice un belén de crochet». También le encanta cantar y el teatro. «Ahora me dicen que tengo que aguantar para cumplir los 105 años, pues yo aquí estoy, esperándolos».