Derrotados, famélicos, desarrapados y en muchos casos enfermos regresaban hace ahora 120 años los soldados que habían participado en la guerra de Cuba (1895-1898), en la que se dejaron la vida 2.500 extremeños, aunque las balas y los machetes solo produjeron el cinco por ciento de las bajas.

Las enfermedades fueron el verdadero enemigo al poner el pie en la isla, mientras que a otros les sorprendió la muerte en los barcos en los eran repatriados.

"Todos los días, cinco, seis, siete que expiraban y se les tiraba al agua", escribió Pío Baroja. Fue el caso de 39 extremeños que regresaban en 1898 y ocho en 1899.

Las hostilidades habían cesado en julio de 1898 y habría que esperar a diciembre para que se firmara el Tratado de París, por el que España perdía Cuba, Filipinas y Puerto Rico.

El llamado Grito de Yara había iniciado en 1868 la guerra por la independencia de Cuba, que, con intervalos de paz, culminó en derrota para España tras la decisiva entrada en el conflicto de los EEUU.

Más de 8.000 extremeños, entre soldados de reemplazo y voluntarios, participaron en la guerra final, según Manuel Antonio García Ramos, un militar retirado que estudia la tema desde el 2007.

Fruto de ello fue el libro que publicó en 2013, que cierra con el nombre de cada fallecido, su lugar de nacimiento y muerte y la causa.

García Ramos, que tiene ya material para una segunda edición ampliada, lo cuenta en la plaza de Minayo de Badajoz, donde tenía su cuartel el Regimiento Castilla nº 16, que envió a 1.703 expedicionarios.

La injusticia social hizo que acudieran a luchar "los desheredados de la vida", según García Ramos, ya que las familias pudientes podían librar a sus hijos del servicio militar en ultramar por 2.000 pesetas.

También se podía eludir con un carísimo seguro de quintas que contrataban las clases medias o por sustitución de un familiar.

Tras una despedida por todo lo alto, que incluyó donaciones de dinero y tabaco para los soldados, el batallón salió de Badajoz en noviembre de 1895. "Muchas mujeres lloraron amargamente y diez o doce fueron acometidas de síncopes", escribió un cronista.

Ya embarcados en el vapor Ciudad de Cádiz confirmaron lo que decía un soneto anónimo, "Del castillo de proa a la bodega/ revueltos, confundidos, hacinados/ la nación empaqueta a sus soldados...".

Los mambises eran un enemigo convencido de su victoria, adaptado al terreno y al clima tropical, curtido en la Guerra de los Diez Años (1868-1878) e invisible, ya que evitaba el enfrentamiento directo.

Sin embargo, el sistema de reclutamiento de España había llevado a soldados extremadamente jóvenes, sin experiencia en la guerra anterior y con un mínima instrucción.

Su rancho, escaso y de mala calidad, incluía una famosa galleta por su dureza. "Ni las mastica un tiburón, ni las digiere un grullo", comentó un médico sobre la debilidad de los españoles, en los que hizo mella la enfermedad.

Solo el vómito negro o fiebre amarilla acabó con 1.034 extremeños.

A pesar de todo un jefe militar subrayó que "los soldados extremeños, de apariencia débil, resistían las marchas bajo aquel sol abrasador mejor que sus compañeros".

Muchos extremeños fueron condecorados, como el capitán Francisco Neila, que recibió la Laureada de San Fernando por la resistencia de su guarnición en el famoso sitio de Cascorro.

El regreso se convirtió en un calvario. Desperdigados por puertos muy alejados de Extremadura, algunos no llegaron a casa, como un cacereño que murió en un sanatorio de Barcelona.

El socorro de Plasencia a los 400 maltrechos soldados que llegaron en un tren le valió el título de "Muy Benéfica", otorgado por la reina regente María Cristina.

"¡Qué gentí más güeña!, escribió en castúo el poeta Gabriel y Galán sobre su comportamiento.

Badajoz recaudó 6.600 pesetas con un festejo benéfico con los toreros Machaquito y Lagartijo.

Una vez en casa, los soldados se presentaban en su oficina de reclutamiento y los que no aceptaban la liquidación a la baja de cinco pesetas por mes de servicio, tardaron en cobrar 15, 20 o 30 años o lo percibieron sus familiares al haber muerto, según García Ramos.

En una Extremadura con tensiones en la calle fruto del desabastecimiento, un jornalero viudo de Madroñera también suplicaba encarecidamente que le girasen los alcances que dejó su hijo fallecido en combate para hacer frente "a la más espantosa miseria".