Juan José Domínguez ha venido narrando en su diario lo dura que es la vida en medio de una catástrofe como la que está viviendo Haití. Y su día a día no ha variado mucho a lo largo de las tres semanas que ha permanecido en la isla. Según relata el traumatólogo cacereño, los primeros días allí fueron prácticamente iguales. "Te levantabas a las seis de la mañana, desayunabas una lata de bonito con nescafé, leche y azúcar, todo ello en polvo; te aseabas como buenamente podías y nos íbamos al hospital". Lo intransitable de las calles de Puerto Príncipe, llenas de escombros y basuras, hacía que el trayecto hasta el centro hospitalario se demorara una hora y media. "A las ocho empezábamos a trabajar sin parar", recuerda Domínguez, quien colaboraba con los prestigiosos médicos del hospital neoyorkino Monte Sinaí en las operaciones más complicadas. "La gente comía a la una, aunque yo como generalmente no tenía hambre, no paraba y solo cada cierto tiempo tomaba agua con sales. Y así hasta las cinco de la tarde, que era cuando se cerraba el hospital de campaña". Una vez revisado todo lo que se había hecho, les tocaba ponerse en cola a esperar el autobús que les devolviera a su ´hogar´. "Al regresar a casa, nos aseábamos como podíamos (los primeros días con toallitas y cuando los bomberos pusieron agua, mejoramos la higiene personal). Los últimos días ya teníamos saneamientos porque habían arreglado la salida del water". Después, a meterse en el saco y a dormir a la intemperie.