--Rodríguez Ibarra es un culé declarado, ¿y usted?

--Siempre me ha aburrido tremendamente el fútbol.

--Tiene fama de buen pescador... ¿Qué hay de verdad?

--Yo soy pescador de truchas, lo que quiere decir que soy un pescador frustrado. Pescaba truchas en La Vera y en Mérida no he llegado a aficionarme mucho a la pesca de pantano. La verdad es que el poco tiempo libre lo dedico a estar con mi familia, descansar, pasear y escuchar música.

--¿Un disco para disfrutar?

--El concierto de Colonia de Keith Jarret, algo de jazz, bossa nova, ópera...

--¿Una novela inolvidable?

--Bajo el volcán me impresionó mucho. De los novelistas me gustan mucho Javier Marías, Vila Matas y Sandor Marai, afición que comparto con el presidente. De Saramago he leído todo en portugués y me encanta. Es fácil de leer.

--¿Un rincón de Portugal para perderse un tiempo?

--Los cuatro o cinco mejores son secretos y no los pienso compartir. Me gusta mucho Lisboa y el litoral de Alentejo, entre el cabo de San Vicente y Sines.

--Colecciona arte moderno. ¿Su obra inalcanzable?

--Nunca me lo he planteado. Soy un coleccionista modesto y tengo una debilidad personal por Javier Fernández de Molina, un artista inmenso, del que tengo varios cuadros, algunos comprados y otros regalados.

--¿El plato con el que se chupa los dedos sin pudor?

--Soy comilón y de ello da fe el dependiente de la tienda donde compro la ropa. Me gustan mucho los arroces.

--Mi vicio oculto son los partidos de la NBA, ¿el suyo?

--No tener capacidad de desengancharme de los teletipos hasta muy tarde y eso significa sacrificar ratos con la familia.

--¿Un recuerdo de la infancia?

--Uno horrible: un accidente de tráfico en el que murió el padre de un vecino, Alejandro. Le trajeron a mi casa para que se distrajera conmigo jugando al ajedrez. Yo ya sabía que su padre había muerto y él no.

--¿Qué le preocupa del futuro de sus dos hijas, Mar e Irene?

--El mundo que se van a encontrar y si éste va a ser vivible.