La mayor crisis mundial humanitaria desde la de 1994 en la zona africana de los Grandes Lagos se desarrolla sin que nada vaya a detenerla. El número de refugiados que la guerra de Siria ha causado asciende a 4,3 millones de personas, de las que 2,5 millones son desplazados internos y el resto han huido a países vecinos. Alrededor de medio millón de estos últimos se han instalado en Jordania, en cuya frontera se ha alzado el campo Zaatari, que se ha convertido en la cuarta ciudad más grande de aquel país, donde los refugiados sirios suponen ya el 10% de la población.

La situación de estos millones de personas debería ser causa de extrema preocupación. En primer lugar, necesitan una atención humanitaria que la ONU, a través de su organización para los refugiados, realiza cada día con mayores dificultades por la escasez de medios y la magnitud de los problemas. El número de personas que huyen del conflicto aumenta cada día que pasa. Hay el riesgo de que situaciones de emergencia se conviertan en crónicas como prueba la permanencia de campos nacidos de otros conflictos (los campos de refugiados palestinos, por ejemplo) o que son resultado de desastres naturales que sobreviven durante años sin que se vislumbre su desaparición.

Dos años después de su inicio, la guerra de Siria está en una fase en la que no se vislumbra una salida rápida. Las fuerzas del régimen van recuperando terreno, pero los rebeldes mantienen sus posiciones. La comunidad internacional, y Estados Unidos en particular, son reacios a una intervención de éxito incierto.

Esta inacción de los gobiernos, además de alargar el conflicto, tiene como consecuencia el cambio de equilibrios demográficos en los países que acogen a los refugiados, cambios que pueden desembocar en mayores fuentes de inestabilidad. Ejemplos hay muchos, como el de los Grandes Lagos, un conflicto que desbordó fronteras cuando se desató la violencia en los campos. O el de los campos palestinos en Líbano que, con matanzas como la de Sabra y Chatila, fueron la chispa que incendió Líbano en los 80.

Por ello, más allá de la devolución de unas condiciones dignas a aquellos sirios obligados a abandonar sus hogares, es imperativo evitar un estallido de violencia en una región donde la inestabilidad crece día a día. La guerra tiene a Siria por escenario pero sus efectos pueden fácilmente desbordar fronteras.