De repente, todo el mundo con mascarilla. La ciudadanía se ha concienciado en la lucha contra el coronavirus y ya son pocos los que salen a la calle sin el susodicho complemento. Desechables o sofisticadas, Extremadura va en mascarilla desde que ayer entrara en la fase cero de desescalada y se permita la apertura restringida del comercio y de otros negocios con cita previa.

Empiezan a imponerse incluso diseños especiales, con distintos colores y emblemas distintivos, y ya hay empresas que han fijado su mirada en este producto como una nueva línea de consumo masivo sin que por ahora sea más que algo circunstancial.

Sea para trabajar, sea para pasear o hacer deporte, sea para salir a realizar unas compras, la mascarilla acompaña a la gente y, además, de toda clase y condición, sin que por el momento haya demostrado su eficacia al cien por cien salvo en los casos de los denominados EPIS (Equipos de Protección Individual) que están recomendados para personas implicadas directamente en la lucha contra el virus pudiendo ser de tipo FFP1, FFP2 y FFP3 según el filtro de partículas contenido.

El coronavirus ha alterado las relaciones sociales y ha cambiado, de repente, la forma de comportarse la ciudadanía. No hay saludos, no existe contacto corporal, ni siquiera comunicación física. La mascarilla cubre buena parte del rostro de la persona, lo que la deja sin una parte importante de su expresividad.

De todas formas, se trata de una circunstancia temporal. Al menos así lo considera el sociólogo de la Universidad de Extremadura Artemio Baigorri. En su opinión, «es cuestión de tiempo que la gente supere el miedo, que deberá venir cuando haya una ausencia de contagios o esté disponible la vacuna». Para él, el temperamento y la personalidad de los españoles hace imposible cambiar de forma trascendental su manera de comportarse. «Sería un cambio estructural sin parangón y sinceramente no lo veo de la noche a la mañana», señala. Para él, en otros momentos de nuestra historia, con la aparición del VIH, por ejemplo, que estigmatizó a determinados colectivos, tampoco cambió la forma de comportarse de la gente. La ciudadanía adoptó ciertas medidas de protección de forma temporal y superado el susto volvió a relacionarse masivamente.

MIEDO A LA SANCIÓN

Ahora con el coronavirus y el confinamiento la gente ha respondido, aduce, pero según señala «porque ha habido un componente de autoridad policial que ha obligado a respetarlo porque si no había sanción». En cuanto se ha dado la más mínima libertad, la gente ha vuelto a invadir la calle, de momento manteniendo la distancia física, pero «en cuando pase el susto volverán los abrazos y las mascarillas y demás artículos de protección serán un mal recuerdo».

Las modas son siempre temporales. Y luego están aquellas personas que tratan de identificarse con ellas de una y otra manera. De ahí que exista un incipiente mercado de mascarillas, donde se quieren imponer modelos o formas, pero Artemio Baigorri cree que «no tienen demasiado recorrido» entre otras cosas porque se trata de algo efímero y, además, el negocio que puede ofrecer una mascarilla desde el punto de vista estético es minúsculo, lo que lleva a pensar que desaparecerá con el tiempo. «No es lógico que se imponga este artículo que, por otra parte, es incómodo de llevar y solo se lleva por obligación», afirma.

Durante toda la fase de desescalada seguirán viéndose mascarillas y protectores y se mantendrá la distancia física de la gente. Quizás también se extienda a los primeros días del verano, pero si finalmente se doblega la curva como parece y la gente pierde el miedo, volverán las formas habituales de relación. No en vano, los usos y costumbres de los españoles se desarrollan en la calle y en lugares donde las relaciones físicas constituyen nuestra esencia como sociedad. «Ahora estamos asustados, esto ha sido apocalíptico con miles de muertos y hospitales saturados, pero pasará, seguro que pasará».