Extremadura ha perdido prácticamente un 8,5% de toda su superficie de cultivo en cinco años, los que van del 2013 al 2018, según revela el último anuario del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación. Echando la vista algo más atrás, hasta el inicio de siglo, la merma de tierra para cultivos agrícolas es de más del 22% en la comunidad autónoma, lo que ha llevado a pasar de 1,35 millones de hectáreas para estos usos en el 2001 a los 1,05 del 2018.

Detrás de esta evolución se encuentran varios elementos, que se han visto potenciados por un contexto de mercado en el que los costes de producción se han encarecido mientras que los precios de venta han tendido a ir a la baja. Esta circunstancia ha llevado a «un redimensionamiento de la explotación agrícola, prácticamente desde la primera gran reforma de la PAC, en el año 1991», comienza precisando José Miguel Coleto, catedrático de Producción Vegetal de la Universidad de Extremadura.

Una de las alternativas por las que se ha optado para compensar esta pérdida de márgenes es la de buscar sistemas de producción más intensivos, «casi todas ellas en el regadío». De esta forma, el auge de cultivos como el olivo, el almendro o el nogal ha hecho que el regadío no solo no pierda superficie, sino que en este lustro haya progresado en más de catorce mil hectáreas, mientras que el secano retrocedía por encima de las 110.000. Con esta evolución, «no solo se gana en cantidad, sino en calidad, porque estas explotaciones son más rentables. La gente ha buscado su refugio ahí, en esos nuevos cultivos», aclara Coleto. Esta mejora de la productividad ha discurrido en paralelo con un aumento del tamaño medio de las explotaciones, mediante compras, cesiones o arrendamientos de tierras. En resumen, «se ha ganado eficiencia en el sentido de intentar disminuir los costes unitarios, y para conseguirlo, además de aplicar nuevas tecnologías, hay que producir más. Y en eso sí que hemos dado un gran paso. Lo que ocurre es que ha venido acompañado de un descenso de los precios. Es decir, con una mayor producción, que implica más costes, ha habido menores precios unitarios. Entonces, al final lo que se encuentra el agricultor es que los beneficios que se tienen por una hectárea han bajado y hay que manejar más tierra para ganar lo mismo», esgrime este experto.

TIERRAS MENOS PRODUCTIVAS / En esta misma línea, se han ido dejando de cultivar las tierras agrícolas más pobres, que han pasado a convertirse en eriales, pastos o aprovechamientos forestales. «Hay que tener en cuenta que tenemos 90.000 hectáreas de nuevas repoblaciones, que han pasado de agrícola a utilización forestal», un proceso que se ha visto incentivado por el aumento de la irregularidad climática, «que ha hecho que el agricultor centre sus esfuerzos en las tierras buenas, que son las que casi todos los años van a responderle».

¿Qué impacto puede tener ahora la crisis del covid-19 en la actividad agrícola? «Creo que el sector agrario, quitando algunos productos que no son de primera necesidad, es de los que menos se va a ver afectado por esta crisis que nos viene», responde Coleto, que pronostica que el agro «va a mantener un porcentaje importante del empleo, aunque también es verdad que hay mano de obra que nos llega de fuera y va a tener dificultades para venir y no tengo tan claro que muchos nacionales quieran trabajar en el campo». Igualmente, señala que «el mundo ‘postcovid’» y cómo se recupere el consumo también condicionará qué cultivos crecen más en los próximos años en la región. «Los frutos secos por ejemplo, que tienen mucho futuro, no son productos de primera necesidad, y son bastante caros».

Por otro lado, sostiene que también es el momento de que, a nivel europeo, se opte por «renovar y potenciar el papel de la agricultura, igual que el de algunas industrias, como un sector estratégico. No propongo renunciar a la globalización, que tiene sus efectos positivos, pero los estados deben hacer un esfuerzo muy importante para informar claramente a los consumidores de las ventajas y los costes que tiene consumir productos regionales, nacionales y europeos». Tanto en términos de creación de riqueza en el entorno socioeconómico más cercano como en el medioambiente por el uso de sistemas de producción «respetuosos» con él que se aplican en la UE.

«Hay que decir qué contenido nacional o europeo tiene un producto elaborado», indica este profesor de la Uex, que pone de ejemplo artículos como la miel, que puede etiquetarse como española aunque sea «un 80% de China» o «un chorizo con pimentón de Sudáfrica, que tampoco está obligado a ponerlo. Un pastel puede ser solo dos o tres céntimos más caro por llevar miel de una denominación de origen nacional. El encarecimiento es mínimo, y es lo que tendrá que valorarse, si quieren gastarse dos o tres céntimos más por eso. Esa información habría que darla».