«La empresa más grande que queda ya es Induyco, con 120 empleados, y yo he llegado a trabajar aquí con 1.100», responde Leocadio Núñez, secretario general de FITAG-UGT Extremadura, cuando se le pregunta por la evolución del sector textil en la región. «Y el 99%» de lo que se hace en ella, puntualiza, ya no es confección, sino logística: «Viene la materia terminada, se le da un retoque o se hace el desplazamiento a los centros donde están los pedidos».

Según un reciente informe sobre este sector elaborado por la escuela de negocios EAE Business School, entre el 2004 y el 2016 la cifra de empresas dedicadas a la manufactura del textil en Extremadura ha descendido un 45,2%, de 137 a 75, una caída a plomo muy similar a la experimentada en el conjunto del país, del 49,8%. La razón que la explica es la «deslocalización pura y dura» de la producción. Aunque el gasto en prendas de vestir, de acuerdo a ese mismo estudio, creció un 14,3% en Extremadura de 2009 a 2015 -un 16,1% en España—, la ropa que se compra está fabricada en su mayor parte en países como China, Marruecos, Turquía o Bangladesh.

En Extremadura, el último capítulo de esta pérdida de tejido industrial lo ha protagonizado Fuentecapala, que hace varios meses decidió dejar de producir en Navalmoral de la Mata y despedir a los 37 trabajadores que le quedaban (llegó a tener más de doscientos).

«A pesar de ser España un importante jugador en el sector textil a nivel mundial, es posible detectar una severa disminución del número de empresas dedicadas a la producción», indica el estudio. «Empiezas a sumar y [en el sector textil de la región] ha llegado a haber siete mil u ocho mil trabajadores, como mínimo. Ahora, si acaso quedan trescientos», sostiene Núñez. Conforme a la Encuesta Industrial de Empresas del INE, a finales de la década de los noventa en Extremadura eran aún cerca de 3.600 los ocupados en empresas de los sectores del textil, confección, cuero y calzado. En el 2014, último ejercicio con datos disponibles, eran 577. En 1998 las horas trabajadas rozaron los 5,5 millones; en el 2014 apenas si superaron el millón. En cuanto a la cifra de negocios de estas empresas, en el 2009 era de 68,4 millones de euros, por los 44,5 millones de hace dos ejercicios.

«En el año 83, cuando entré en Induyco, tenía el número de ficha 869 y había tres, cuatro y, a veces, cinco turnos. Seis días a la semana, mañana tarde y noche», rememora este responsable de UGT. Y no solo era el empleo directo que se generaba. También había cooperativas en pueblos que trabajaban para este fabricante de El Corte Inglés o para otras grandes empresas -incluida Zara—. «Solo para nosotros había en Garrovillas, Trujillo, la Huerta, La Cumbre..., un montón de pueblos y con unos talleres impresionantes, con 50 o 60 personas», cuenta. Cooperativas que se fueron yendo al traste a medida que también lo hacían las empresas que les daban sustento.

El secretario general de CCOO de Industria de Extremadura, Saturnino Lagar, detalla que el perfil más habitual de las empresas que sobreviven produciendo en este sector es el de «pequeñas cooperativas» o autónomos, que trabajan para terceros. «En Jerez, por ejemplo, hay incluso familias, con la madre, el padre y dos hijos», resalta. «En muchos casos» estos trabajadores proceden de firmas que han cerrado, lo que podría explicar el repunte que, en lo que atañe al número de empresas, se ha experimentado en la región desde el 2013, cuando se tocó suelo con 62.

Lagar incide también en la mayor precariedad laboral ya que, por un lado, «hay un empeoramiento de la calidad del empleo; son empresas más pequeñas, sin convenio propio, que aplican convenios del textil a nivel estatal, que son de mínimos». Si se trata de trabajadores autónomos, ellos mismos deben afrontar el pago de su Seguridad Social, con la consiguiente merma de sus salarios. «Y el día que no se trabaja, no se cobra. Las condiciones no tienen nada que ver con las que había antes», remacha.

Leocadio Núñez coincide en que lo que queda son fundamentalmente «talleres pequeñitos, donde se juntan cuatro o cinco amigas que vienen de otras empresas de este tipo que montan su taller de arreglos más que otra cosa. Lo que son talleres productivos, quedan muy pocos».

¿Y el futuro? «No lo veo. El único el ejemplo que tenemos es Galicia, que sí que están manteniéndose pero porque está Zara y hay empresas auxiliares de botones, planchado, bordado... y se complementan unas con otras. Aquí no creo que vuelva ya el sector confección tal y como ha estado».