Es necesario un cambio de visión y asumir que la sociedad y sus políticas se deben adaptar a la realidad que tenemos. Si hay menos niños, que las guarderías ofrezcan un servicio más completo; si hay más población mayor, sobre todo en las zonas rurales, que se aumenten ahí los recursos; y si hay un problema de pensiones, que se reparta mejor, en general, la riqueza del país. Y que no se condicione a la cotización de los jóvenes». Es la reflexión que hace Domingo Barbolla, sociólogo y antropólogo de la Universidad de Extremadura (Uex), ante los últimos datos del Instituto Nacional de Estadística (INE). Las cifras dicen que la crisis demográfica en Extremadura se ha intensificado. Y que la tendencia no se va a invertir, todo lo contrario, las previsiones auguran una mayor caída en el próximo lustro.

En 2017 la región perdió 7.858 habitantes (-0,7%), lo que significa el mayor descenso poblacional desde que la curva empezara a precipitarse, a partir de 2011. Actualmente el número está en 1.079.920 residentes. Esto se traduce en que en los últimos seis años (cuando empezó la sangría) la comunidad se ha quedado sin 29.447 personas (-2,7%).

Las causas, más que conocidas, se repiten: nacen menos niños, en general por la falta de estabilidad laboral, y los jóvenes se marchan a otras regiones o países básicamente por el mismo motivo, la búsqueda de un trabajo digno. Y la pescadilla se muerde la cola porque se van quienes están en edad de empezar a formar una familia. Al igual que han ido abandonando la región los inmigrantes que llegaron por un empleo y que ayudaron a que aumentara la natalidad. El resultado es que la población envejece. Y no solo se nota en los pueblos; la crisis demográfica también afecta a las ciudades.

Hay datos que corroboran este panorama: de los habitantes perdidos en los últimos años, más del 60% son jóvenes de entre 20 y 29 años. A la que vez suben los mayores de 65.

Doble análisis / Dice Barbolla que se debe hacer una doble observación sobre la actual realidad. Por un lado el contexto global, en el que hay que tener en cuenta que España es el segundo país más avejentado, solo por detrás de Japón. «Además tenemos que pensar que es en las zonas subdesarrolladas donde la natalidad y la población tienen un crecimiento llamativo, es un síntoma asociado a la pobreza».

Pero el análisis en el contexto local da otra visión y otras claves. Mientras el país ya ha invertido su tendencia y de 2016 a 2017 se registró un aumento de los residentes, en Extremadura la caída fue aún mayor en ese mismo periodo. Y el mercado laboral vuelve a ser el condicionante de esta coyuntura.

Insiste Barbolla en que si una región no ofrece las circunstancias necesarias, no consigue que su población se asiente, se reproduzca, evolucione... «Si no funciona la conciliación real, si a la mujer no se le dan las condiciones necesarias para que pueda trabajar y tener hijos, las políticas de empleo y natalidad no van a funcionar nunca». En Extremadura hay, de media, unos 1.400 nacimientos menos que hace una década. Existen tres pueblos sin niños: Campillo, Cachorilla y Benquerencia. Y en 43 municipios de la región viven solo 10 menores.

Los datos del INE reflejan que la comunidad tiene 4.600 habitantes de entre 0 y 9 años menos que hace una década; que en el mismo periodo los jóvenes entre 20 y 29 años se han reducido en alrededor de 27.000; y que al mismo tiempo los que ya han cumplido los 65 han aumentado, desde 2007, en casi 11.000 personas.

Cruzar cifras evidencia que la comunidad ha bajado a niveles de población de entre 2004 y 2005 y que la crisis demográfica que afecta desde 2011 ha cobrado aún más fuerza en los últimos doce meses. «Tampoco sería tan grave si supiéramos adaptar los recursos y las políticas sociales y económicas al contexto que tenemos delante», concluye Barbolla.