Con anterioridad a 1499 quizás no existiera el racismo como tal, aunque sí el principio de discriminación entre unos hombres y otros. Así fuera para el sistema tradicional de castas hindú o el de ciudadanía en Roma: "tú tiene privilegios civiles, pero yo no", algo así sería la cosa. Si miramos más allá, un esclavo en Grecia podría serlo de toda naturaleza, de todo origen y de toda condición: representaban hombres no libres, con seguridad hijos de la derrota bélica, de las malas cartas de la vida o de la deserción militar o el destierro. Hombres, al fin y al cabo, pero nunca bestias o salvajes sin alma.

En cierto modo ésto se dio así en muchas de las civilizaciones antiguas socialmente avanzadas porque el sometido o subyugado generalmente pertenecía a la familia a la que servía, no a la lógica o al sentido de sus rentas o propiedades; permanecía anclado a la estructura o unidad familiar o de taller artesanal o naval, no estando desligado enteramente de la condición social o de responsabilidad de sus amos. Existía en esta relación de desequilibrio social humano, de desigualdad, un sustrato de nobleza o una relación de respeto mutuo si queremos ser lo demasiadamente atrevidos. Siglos más tarde, la consolidación del pensamiento cristiano abolió la subyugación tácita de los hombres.

En efecto, la expulsión del imperio islámico de la península ibérica no constituyó jamás una lucha xenófoba sino de oposición ideológica o hierática frente al infiel. Aún así al hereje se le podía conceder el perdón, el derecho a la conversión de la fe o la libertad de huida porque nunca se le detrajo de su sometida condición de rendición, su carácter humano. Por tanto, las diferencias de sometimiento entre los hombres, que las había, no dejaban de ser de orden civil o religioso, no tanto basado en la naturaleza de lo humano o de las diferencias étnicas. Al hombre se le medía por su condición de libertad, no por su condición humana. Las personas entre sí podrían ser en lo político diferentes, no inferiores. Prevalecía la noción del hombre sobre cualquier estamento.

Preexistía previo al Renacimiento una discriminación de carácter administrativo; no tanto el racismo, como hoy lo entendemos, o la violencia de etnia. Pero ¿cómo llegó entonces la condición xenófoba al hombre, el odio ambiental al semejante ajeno?. Para el profesor Calvo Buezas , que durante estos días verá reconocida su obra al ser investido con la Medalla de Extremadura, y para parte de su compendio científico, una de las claves pudo estar en cómo se pasó de un sistema de producción sustentado en los recursos de la tierra y los brazos (o del esclavo o vasallo), a otro protoindustrial basado en la disputa por la abundancia de recursos materiales y el oro (o del capital o monetario). En cómo transgredimos de una economía de subsistencia a otra de esquilmación puede estar la respuesta al modo en que se renovó la percepción que el hombre tenía del hombre que desde aquel momento se le antojó ajeno. El otro pasó de ser diferente a inferior.

XQUISIERAN LASx veleidades de la Historia que aquello irrumpiera justo después de aquel citado momento cuando a las puertas del siglo XVI muchos de nuestros antepasados pisaron tierra firme muy lejos de casa. Aquella aguerrida extirpe de exploradores de América dio lugar a lo que hoy conocemos como "extremeños universales", aquellos que aparecen en todos los libros de textos y en todas las referencias historiográficas. Este hecho de nuestra relevancia histórica, sin embargo, dio lugar con el tiempo al desarrollo de un sistema universal de dominación de unos hombres por otros en virtud de la construcción del prejuicio étnico, nos dice Buezas; lo que acabó constituyéndose como la antesala que forjó la leyenda negra de los conquistadores extremeños y que aún pervive, injustamente, en el imaginario histórico de muchas culturas occidentales contemporáneas.

La relevancia internacional de su semblante académico, la humildad y tolerancia de su carácter humano y el porte extremeño del Pr. Calvo Buezas ha ayudado al mundo a liberarse del yugo del residuo cultural del prejuicio etnocéntrico y de la leyenda negra local que ha envuelto a nuestra región durante siglos. Durante décadas de activismo academicista y de antropología de campo, el viejo profesor ha devuelto a nuestra región a través de la proyección de su figura y su origen la imagen de universalidad, de tolerancia y de respeto de la que siempre fue fiel reflejo de nuestra identidad y cultura. La concesión de la máxima distinción honorífica que los extremeños otorgamos a este extremeño universal contemporáneo no es sólo un acertado reconocimiento a su figura académica y humana sino que además permite incluso desvelar algo más que respira latente en el espacio y el tiempo que emana de la tierra que le vio crecer, de nuestro pueblo: la realidad de una sociedad abierta, plural y cosmopolita, de una extremadura abierta de brazos al mundo y al futuro. Es, significativamente, la concesión de una medalla que se otorga Extremadura a sí misma, es una medalla de todos. ¡Enhorabuena a todos los extremeños!