Hay gente que convierte el mundo en un lugar mejor. Es el caso del matrimonio que componen Antonio Rodríguez y Choni López, de Trujillo y Alange, respectivamente. A su vez, sus hijas María y Angie los hacen mejores a ellos. Los cuatro forman una familia maravillosa y feliz. Y lo son desde que hace casi doce años les uniera un proceso de adopción de menores con características especiales.

"Mi mujer y yo teníamos problemas para tener hijos porque no somos compatibles y, cuando íbamos a recurrir a la fecundación in vitro, después de haber probado tres veces la inseminación artificial, el doctor nos recomendó iniciar los trámites de la adopción y reservar el dinero para nuestros hijos", comenta Antonio. De eso hace más de dos décadas. Una entera tuvo que pasar para que les concedieran a sus hijas.

"La espera fue terrible. Todos los meses dábamos la lata a los de la Junta para saber cómo iba el proceso", recuerda Antonio. "Siempre hemos sido un matrimonio feliz --con nuestras pequeñas cosas, como todo el mundo--, pero desde que tenemos a nuestras hijas, esa felicidad se multiplicó", apunta su esposa. Algo que ocurrió en octubre de 1996, cuando les llamaron desde Mérida para avisarles de que existía la posibilidad de que pudieran por fin adoptar.

Antonio, que entonces trabajaba en Madrid (como mecánico ajustador en una multinacional estadounidense, siendo trasladado de destino con frecuencia), viajó rápidamente --"y emocionado, lo primero que hice fue ponerme a llorar"-- a la capital extremeña para retomar el proceso de adopción. Junto con su esposa, tuvo que someterse de nuevo a muchas de las entrevistas y pruebas por las que ya habían pasado cuando solicitaron convertirse en padres adoptivos, "supongo que para confirmar que seguíamos siendo aptos, puesto que había pasado tanto tiempo".

Y, por fin, les concedieron la custodia de dos mellizas de 22 meses, Angie y María. "Nunca nos ocultaron que tenían problemas, incluso nos lo pusieron peor de lo que después fue (nos dijeron que Angie estaba sorda, que nunca hablaría...) pero afortunadamente todo ha ido muy bien y estamos encantados con nuestras hijas", detallan, emocionados, Antonio y Choni. Angie tiene un 75% de minusvalía, como consecuencia de la encefalopatía severa que presenta, mientras que María tiene un 33%, por retraso madurativo.

Un día duro, y el más feliz

La emoción de estos padres extremeños --actualmente residentes en Guadalajara, por motivos de trabajo-- alcanza el nivel máximo cuando recuerdan el día que se las entregaron, el 16 de diciembre de 1996. No pueden hablar. Fue el día más feliz y más duro de su vida a la vez. "Cuando las abracé --la voz de Antonio se entrecorta-- aquello para mí fue... --no tiene palabras-- aquello no se me olvida a mí en la vida. Y hasta hoy", termina. "Mis hijas para mí no tienen ningún problema, son divinas, son preciosas", asegura conmovido.

Toda la vida de Choni y Antonio se ha volcado desde entonces en hacer felices a sus hijas. Estas, a su vez, les han colmado a ellos de alegría. Aunque también hay momentos complicados. "Al principio, sobre todo, fue muy difícil, porque estaban bastante mal mis niñas. Nacieron con solo seis meses, pasaron varios en la incubadora, Angie incluso tuvo que ser operada de urgencia...", evoca Choni, "pero dos meses después ya se encontraban mejor y ahora son maravillosas", afirma.

La misma percepción comparte su marido, que se deshace en halagos hacia sus hijas y afirma tajante que nunca se ha arrepentido de su decisión de adoptarlas, "jamás, jamás, jamás --repite-- y mi mujer menos", apunta. Al fin y al cabo, Antonio asegura que fue su esposa quien abandonó su empleo para cuidar de sus hijas, mientras él trabajaba fuera de Badajoz (Madrid, Granada, Huelva...) y solo podía estar con ellas los fines de semana y en vacaciones. Pero como la persona familiar y cariñosa que es, Antonio solicitó a su empresa un destino fijo al que pudiera trasladarse con su familia, y desde hace unos tres años todos viven en Guadalajara, desde donde esperan regresar pronto a Extremadura.

Entretanto, María está nerviosa porque el curso próximo comenzará las clases en el instituto. Por su parte, Angie, que asiste a un colegio de educación especial, ya piensa en las vacaciones de verano en Huelva. O sea, tienen las mismas preocupaciones y sueños que cualquier otras chicas de su edad. Y unos padres que las adoran y que saben "que van a ser lo que ellas quieran" --asegura, convencido, Antonio-- en un mundo que personas como ellos hacen un poquito mejor.