Fernando Manzano, séptimo presidente de la Cámara regional y primero del PP, confiesa que tras 30 años de autogobierno ha llegado el momento de dar un paso más y "mejorar" las estructuras políticas y electorales puestas en marcha en el año 83. Convencido de que Extremadura aún no ha alcanzado la madurez como autonomía, insta a los 65 parlamentarios a sentarse a dialogar y poner el oído en la calle para combatir la gran desafección que el ciudadano siente hacia la política.

--Se cumplen 30 años de autonomía en una comunidad en la que apenas había arraigado el sentimiento nacionalista. ¿Ha sido ese el logro de la Asamblea?

--Hace 30 años Extremadura no tenía identidades propias, empezado por su mismo autogobierno. Las decisiones se tomaban a nivel nacional por un poder legislativo que estaba en Madrid y por un Gobierno estatal. No teníamos capital autonómica, himno, bandera, día de la comunidad autónoma... Pasando por todo eso, la aprobación de aquella Ley 1/1983, el Estatuto de Autonomía, supuso un antes y un después y evidentemente, ha habido un cambio brutal en la región. La aprobación del texto el 25 de febrero del 83 permitió la celebración de las primeras elecciones a la Cámara regional el 8 de mayo de ese mismo año y posteriormente, la constitución del Parlamento. Aquellos 65 parlamentarios designaron al primer presidente de la Junta de Extremadura y a partir de ahí, empezó a andar el primer Gobierno regional. Todo partiendo de cero, por lo que claro que marcó un antes y un después la aprobación del Estatuto.

--¿Hemos alcanzado ya la madurez como autonomía?

--Yo creo que no. Hemos dado pasos importantes, hemos avanzado en muchos aspectos de una forma considerable, pero bajo mi punto de vista no hemos alcanzado todavía la madurez. Hemos venido aprendiendo a autogobernarnos y ahora estamos en la etapa en la que podemos recoger la mejor cosecha de lo que se ha venido sembrando en estos 30 años, en el momento de dar un paso más.

--¿En qué dirección?

--El propio presidente del Gobierno regional, José Antonio Monago, lo ha dicho. ¿Por qué hay que tener miedo a una reforma de la ley electoral? ¿Por qué hay que tener miedo a bajar el umbral de entrada a la Cámara legislativa? En estos momentos está situado en el 5% pero, ¿por qué no bajarlo a un 3%, a un 2% o a un 4%? Hasta ahora los ciudadanos cuando eran llamados a un proceso electoral venían depositando su papeleta en forma de veredicto en una urna, pero ya quieren más: no se conforman solo con depositar la papeleta, quieren más participación dentro de esa papeleta. ¿Por qué no pueden los ciudadanos alterar una lista electoral? ¿Por qué no pueden ser listas abiertas y escoger los ciudadanos? ¿Por qué no puede un ciudadano en listas semidesbloqueadas alterar el orden de la candidatura que presenta un partido político o una coalición?

Yo creo que ahora estamos en ese proceso, y eso es dar un paso más. Es un paso más cada vez que los políticos decimos que queremos acercar las instituciones a los ciudadanos para que las sientan como suyas y que participen más en la vida política de la comunidad autónoma. Precisamente lo que hacemos con estas propuestas es eso, intentar que los ciudadanos participen más, que sientan más cerca las instituciones y que se sientan copartícipes de muchas de las decisiones que se puedan ir tomando, porque aquí en la Cámara legislativa se sienta la soberanía popular, la que eligen los ciudadanos. Y esto quiero diferenciarlo porque hay mucha mezcla todavía entre Ejecutivo Legislativo: los ciudadanos no eligen al presidente de la comunidad, sino a los que se sientan en el poder legislativo, que es quien elige al presidente, y posteriormente este a sus consejeros.

--¿Ha llegado entonces el momento de renovar toda la estructura puesta en marcha en el año 83?

--Yo creo que ha llegado el momento de mejorarla. Una ley orgánica debe ser como cualquier institución, debe estar viva. Y si es susceptible de mejora, ¿por qué no? Otra cuestión que ha lanzado el presidente Monago y con la que estoy totalmente de acuerdo: la limitación de los mandatos. ¿Por qué hay que tener miedo a la limitación de los mandatos? La política no es una forma de vida, yo la entiendo como un servicio a la sociedad, a la comunidad y a los demás. Los políticos somos como los yogures: tenemos fecha de caducidad, que es el fin de la legislatura por la que hemos sido elegidos. En esa línea, la limitación de mandatos es buena para instituciones y personas.

--Para implementar todos esos cambios que propone los grupos parlamentarios tienen que estar de acuerdo, y no parece que estén en esa senda...

--Para aprobar todo esto es necesario que los políticos tengan el oído en la calle, y creo que lo tienen. Otra cosa es que no quieran estar en esa realidad. Lo que estoy comentando es lo que piensa un sentir muy mayoritario de los ciudadanos. Yo no me creo en posesión de la verdad, pero escucho mucho. Recorro pueblos y ciudades donde estoy con mucha gente cada día, mañana, tarde y noche, de lunes a domingo, y ese sentir mayoritario de los ciudadanos yo lo escucho en la calle. Claro que es necesaria, para la reforma del Estatuto, de la ley electoral y de las normas más importantes de la comunidad autónoma, que una mayoría cualificada de dos tercios o tres quintos de la Cámara esté de acuerdo. Y considero que los tres grupos que hay hoy en la Cámara, que mañana pueden ser cinco, tienen que estar con el oído puesto en la calle y no vivir de espaldas a ella.

--Es un momento crítico para las instituciones y los políticos que las representan. ¿Qué se puede hacer para cambiar la percepción tan negativa del ciudadano?

--Es sencillo: hay que escuchar la calle, empaparse de lo que ocupa y preocupa a los ciudadanos, y dentro de las reglas del juego democrático, hacer las acciones que beneficien a la mayoría de la sociedad. Ninguna medida que adopte ningún Parlamento va a ser a gusto de 100%, ninguna, pero sí estoy convencido de que sentándose a hablar se consigue que la medida en cuestión pueda gustar a la mayoría. Es lo que ha ocurrido por ejemplo, con la renta básica. No es la primera vez que lo digo: habría que poner a las personas por delante de los partidos y a las ideas por delante de las ideologías, porque si nos ponemos a mirar debajo del paraguas verde, blanco y negro de la bandera, encontraremos muchos puntos de encuentro con independencia del color político al que pertenezcamos. Si hay una cosa que es buena para la comunidad, ¿por qué no hacerla, votarla o aprobarla? Si es buena, ¿qué más da que se le haya ocurrido a uno antes que a otro? Tenemos que estar por encima de esas cuestiones.

--Cree que es esa falta de acuerdo es lo que ha hecho que los ciudadanos empiecen a ver a los políticos como parte del problema y no la solución?

--Muchas veces es lo que pasa, que la actitud de algunos políticos, de algún político en algún momento determinado, nos engloba al resto. Cuando un político protagoniza una salida de tono o un comportamiento inadecuado, nos afecta al conjunto de los 65 que nos sentamos en la Cámara. Por eso insisto en que las guardar las formas dentro de tu representación es muy importante en la política. En el Parlamento se sientan 65 ciudadanos que representan a 1.100.000 que viven en la comunidad, y porque eres su representante, tienes que dar muestras de una compostura absolutamente adecuada.

--Como epicentro de la vida política, la Asamblea está siendo testigo directo de la crispación social y la tensión de las protestas ciudadanas. ¿Cómo lo valora?

--Las protestas siempre son muy aceptables porque estamos en un sistema democrático. Yo soy un demócrata absolutamente convencido y acepto todas las protestas, pero siempre y cuando sean dentro de un orden y la no agresión. Lo que no puedo admitir son las protestas dentro de un orden de agresión, como las del otro día cuando una periodista y un fotógrafo de otro medio de comunicación sufrieron una agresión física con una bengala o un petardo a las puertas de la Cámara. Todas esas cosas son rechazables y hay que rechazarlas, al igual que los escraches. Son asumibles las protestas cívicas, dentro de los límites de la asistencia a tu puesto de trabajo como político, pero no tiene sentido que vayan a la puerta de tu domicilio porque allí convive tu familia y ese es el aspecto más íntimo. La democracia es libertad de expresión, y digo rotundamente que sí, pero la libertad de expresión termina donde la democracia también ampara mi libertad particular y personal.